Navidad, tiempo de Libertad. Navidad.

He aquí un cuento de Navidad que habla de quienes la aman y de quienes la detestan, que habla de personas... y de libertad. Feliz Libertad. Y Feliz Navidad.

El día amaneció luminoso y bello animando a propios y extraños a echarse a las calles para despejarse tras una larga y copiosa velada de Nochebuena y frente a una comida de Navidad que no se presentaba más frugal. Se dejó tentar por el sol y salió a pasearse entre el gentío del parque.

Había niños corriendo por doquier, algunos con bicicletas nuevas que demostraban que había regalos que no se amilanaban ante la tecnología, seguían siendo deliciosos objetos de deseo… Sonrió ante la panorámica de su parque de siempre lleno como nunca, era fiesta porque era domingo y era Navidad, Papá Noel había recorrido el cielo con sus renos y su trineo cargado de regalos y la vida del parque se había renovado en una estampa que no podía ser más clásica, la de los niños, los padres, los abuelos…

Mientras paseaba le llegaban retazos de conversaciones y veía expresiones dispares en los rostros de niños y mayores, algunos discutían acaloradamente sobre la inconveniencia de rendirse a Papá Noel cuando lo nuestro eran los Reyes Magos, otros alardeaban de haber apostatado de la Iglesia Católica para des-bautizarse mientras pedían la carta de los Reyes Magos a sus hijos porque ¡qué tendrá que ver!, decían. Los había que salían de misa de 11 y los que miraban hacia la puerta de la Iglesia desde los bancos del parque hablando de la panda de carcas que habían rezado al cielo…

Un abuelo que caminaba apoyado en su garrota y enganchado del brazo de un joven que bien podría ser su nieto dio una voz ¡oiga! ¡que es usted muy joven para ser tan mandón!. El grupo del banco miró al abuelo imaginando que habría salido misa y se habría ofendido ante sus palabras… Se oyó un murmullo incomprensible  mientras el joven que acompañaba al abuelo trataba de alejarlo del grupo del banco pero, antes de que lo lograra, les llegó con nítida claridad una frase entre aquel murmullo incómodo: usted es facha y nosotros comunistas, no pasa nada. El joven miró al cielo sabiendo que ya no había salvación posible, su abuelo levantaría la garrota como hacía siempre cuando se indignaba.

El abuelo efectivamente levantó la garrota y enderezó la espalda como hacía años que su nieto no le veía hacer… –¡yo sí que soy comunista!- gritó el hombre sacando de su garganta una voz que parecía más la que tuviera 20 años antes que la que correspondía a un anciano -¡yo luché por lo que usted dice defender! y perdí… y me exilié para no acabar en una fosa… Pero todo aquello ya pasó ¡incluso yo lo entiendo! no me verá usted a mi entrar en una iglesia ni rezar al cielo pero ¿y qué si otros lo hacen? dejen a la gente vivir en PAZ… háganme caso… cuando las palabras son guerreras, cuando insultan y desprecian, lo peor del ser humano se impone y… – el abuelo bajó la garrota y la voz, como si aquellas palabras se hubiesen llevado con ellas la fuerza que había demostrado tan solo unos segundos antes. El joven aprovechó para comenzar a caminar alejándose del banco pero el abuelo giró levemente la cabeza y dejó su último consejo al grupo allí acomodado –hagan caso de un viejo que algo ha aprendido de la vida… cuidense de quienes pretenden decirles lo que tienen que pensar… de todos ellos… Dejen a la gente vivir en PAZ… Y lean-.

Observó como el joven se alejaba por fin casi tirando del anciano con la garrota mientras en el grupo del banco se removían primero incómodos y luego sonriendo ligeramente a la espalda del abuelo.

Vio con nítida claridad como la dictadura de lo políticamente correcto se enfrentaba a la dictadura de lo moralmente correcto y como las gentes se ubicaban en uno y otro bando o navegaban entre el uno y el otro tratando de defender su libertad de opinión y sentir en una batalla perdida de antemano porque cuando las personas -individuos únicos- se convierten en gente -masas humanas- la libertad se extingue con la personalidad.

¿Tan difícil era conjugar la libertad propia con la del otro? ¿tan imposible era respetar a los demás sin dejar de respetarse a uno mismo? tal vez sí, porque, en realidad, lo difícil es pensar por uno mismo, lo fácil convertirse en gente -masas humanas en las que cada individuo es igual a los demás en lo esencial y sigue la batuta del que marca la pauta y la voz cantante del que entona la melodía, ya sea la melodía de lo moralmente correcto o la de lo políticamente correcto-.

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Feliz Libertad. Feliz Navidad.

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Nota de la autora: Sean tan políticamente incorrectos como puedan. Sean felices. Y Sonrían. Y háganlo tanto si han armado el Belén como si no lo han hecho.



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