Miedo.

Había logrado descargarse de todo su miedo y de todos sus miedos... salvo de uno.

Había aprendido a vivir sin miedo, no porque hubiera dejado de sentirlo, sino porque lo dominaba y lo aplacaba a golpe de razonamiento, un razonamiento que incluía la comprensión del riesgo inherente al hecho mismo de vivir. Pero en su modo de ser más valiente que el miedo había una grieta, un fallo, un resquicio por el que los días oscuros se colaba el frío helado del miedo.

Ocurría cuando comenzaba a oír el tic tac del reloj, no era real y lo sabía, sabía que no sonaba reloj alguno en su vida, que era su mente y su corazón, su modo de querer con todo y la realidad de sus días la que hacía sonar aquel inquietante tic tac tras el que llegaba el miedo, un miedo que de tan sentido era ya resentido y tan feo, horrible, como recién salido de una película de Halloween.

Sentía más miedo al tiempo que a sus propios miedos y no porque desconfiara de él, lo conocía bien y sabía que no le faltaba jamás un segundo a sus minutos ni un minutos a sus horas pero sabía también que el zarpazo del tiempo no era nunca un asunto objetivo ni medible de forma clara, era un goteo constante de segundos y minutos, de horas e incluso de días en los que la vida se escapaba en cada fracción de segundo.

Sentía entonces la imperiosa necesidad de parar el tiempo y, ante su incapacidad para ello, echaba a correr y rodar tras sus días y sus horas hasta darse cuenta de que ellos correrían más que ella por una sencilla razón, no se cansan jamás, no cambian el ritmo ni se equivocan jamás… Sabía que ese era el momento de recurrir a su sentido común para comprender la realidad y actuar en consecuencia pero cada día le costaba más hacerlo porque su conclusión era tan invariable como el propio tiempo…

Miró su terrorífico reloj para descubrir que había perdido una hora más, respiró hondo y se convenció de que no importaba porque su problema no era tanto el tiempo como tanto como pretendía hacer en él.

Claro que se negaba la mayor, no era mucho quehacer para su tiempo, sería en todo caso poco tiempo para sus ‘quiero’ y sus ‘puedo’ por la suerte de los ladrones de horas y días en que se convertían, un día sí y otro también, los ‘debo’ y los ‘hoy por ti…’ a los que no les llegaba nunca el ‘mañana por mi‘.

No encontró aquel domingo el modo de cerrar la semana con propósito de enmienda porque no había enmienda posible, ninguna más allá de seguir haciendo magia con sus tiempos… la magia de vivirlos y compartirlos.



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