La alegría de celebrar.

Un aniversario de tres años con las ganas acumuladas de mil días.

Se vistieron de blanco de la cabeza a los pies y acudieron a una fiesta a la que no estaban invitados; entraron en el lugar atravesando el camino que iluminaban dos coches y recorrieron el espacio con la libertad que sólo puede hacerlo una entelequia, seres inexistentes como ella y él, los protagonistas de este cuento de domingo, cada domingo.

El lugar anticipaba magia…

El ambiente enrojecido por la luz, las ventanas cerradas a cal y canto, la música en directo, el encanto de un mojito o una cerveza, la magia de una escalera estrecha, sabores gourmet, el skyline de una ciudad y regalices de colores… el tiempo que vio el lado oscuro de la luna, lo envolvente de un aroma, la textura de una crema, lo sorprendente de unas gafas, el aire que baila al son de un ventilador sin aspas y un trago de ron.

Rostros sorprendidos, sonrisas por doquier, brindis y otros dichos; fotos de photocall y de aquí te pillo aquí te enfoco, saludos, besos y el encanto de una noche inolvidable. Y es que era un aniversario de tres años celebrado con las ganas acumuladas en mil días.

Y entre todos los rostros, fueron descubriendo los de quienes no podían faltar y de los que sólo faltó alguno, ellos eran los anfitriones: allí estaba el alma máter del proyecto y del evento, Ricardo, y junto a él… Marta y su gusto por las cosas bellas, Noelia y su buen vestir, Jorge y sus destinos de ensueño, Ana a vueltas entre la literatura y el arte, Andrés y sus lugares de mil sabores, Pilar y su afán por recorrer el mundo para contarlo después, Tania y su evocadora pluma, Anita sin sus gafas para ver el mundo de color de rosa porque, aquella noche, no eran necesarias; tampoco faltó Mathias Weise quemando rueda, Rocío de vuelta a casa ni Marga anticipando recetas; estaba también Victoria, sin Teresa porque no era el día ni eran horas, María y su ciencia pendiente, Adolfo y sus tardes de cine y teatro, Fermín y su historia, Fernando y su let’s go de cada lunes, Pacopepe marcando el ritmo, Cristina, Berta… dicen -aunque este punto no lograron confirmarlo con sus propios ojos- que estaba incluso el esquivo Pau Llopart. Tampoco vieron a Rafa ni a Álex

Llegaron las doce y la fiesta comenzó a tocar suavemente a su fin y los rostros a perderse, ellos sonreían ya desde la calle porque, pasadas las 12, la magia persistía de algún modo en el ambiente; envueltos en su halo pusieron rumbo al tale, pues sabían que tenían una cita el domingo a las 11, como cada domingo a las 11.



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