La vida en dulce.
La vida se vive en los pequeños momentos y en las pequeñas cosas, en el tiempo que apagas la mente y los quehaceres y sólo sientes.
No se armó más que con su bolso cruzado al hombro, por aquello de llevar consigo lo esencial, y una fiel y ya íntima compañera de razones y emociones, la cazadora de sueños, a la que había descubierto hacía poco más de un mes por casualidad en una estantería de cuentos infantiles.
Caminó largo rato por un Madrid vivo y palpitante en el que sonaban risas y melodías de Navidad; era un domingo luminoso aun en su atardecer porque las luces de colores mantenían viva la ciudad al caer el sol. Dejó que sus pasos la guiaran, dando a su corazón rienda suelta para vagar sin rumbo por sus calles de niña y, cuando quiso darse cuenta, estaba frente al Vailima.
Entró hasta el fondo y se sentó en la mesa del rincón para deleitarse en un té con galletitas, una costumbre muy inglesa que tenía un encaje perfecto con nuestra querida merienda; eso debía pensar la mujer que se sentaba en la mesa contigua luciendo unos llamativos tacones a juego con su cartera de mano; una niña, que no debía tener más de tres años, se acomodaba a su lado y pedía dulces agitando sus botitas rosas mientras el papá, lo sabía porque había escuchado con atención y media sonrisa la legua de trapo de la pequeña, bajaba a su hermanita del carro, no debía tener todavía el año y, nada más sentir que sus pies pisaban el suelo, se dejó caer quedando felizmente sentada.
Dejó a la familia a sus cosas y se dedicó a su té y a conversar con su amiga la cazadora de sueños a través de las páginas del cuento; pero, al rato, la pequeña bebé acaparó de nuevo su atención junto a la de sus padres y media tetería, había elevado el culete al cielo logrando después enderezarse a duras penas para dar cinco temblorosos pasos hacia su papá, buscando un punto de apoyo, una mano a la que asirse en la confianza de que no la dejaría jamás caer de nuevo al suelo. Su hermana aplaudía y reía mientras su mamá le acariciaba el pelo y la miraba, pudo ver en sus ojos una emoción que trascendía los primeros pasos de la bebé, probablemente había viajado en su mente a otros primeros pasos, los de la pequeña lengua de trapo.
Se sentía un poco voyeur, como si se hubiese colado en aquella merienda de familia que no era nada suyo… pero le resultaba imposible apartar sus ojos de ellos porque eran pura vida, emoción y risa; porque el cansancio que se advertía en los gestos de la mamá se diluía entre los pasos y las risas de las niñas y en la orgullosa y secretamente emocionada mirada del papá. Porque al final -se recordó- la vida se vive en los pequeños momentos y en las pequeñas cosas, en el tiempo que apagas la mente y los quehaceres y sólo sientes.
Se levantó no sin cierta pereza y, mientras recogía sus cosas, miró de nuevo el cuento… y se despidió secretamente de su cazadora de sueños…
Se acercó a la mesa contigua y saludó a la familia felicitando a la bebé por sus primeros pasos, tendió entonces su cuento hacia la pequeña lengua de trapo… – sé que todavía no podrás leerlo, pero seguro que cuando seas un poquito más grande a mamá le encantará contarte la historia de Alicia, una niña viajera que te acompañará en sueños…-.
Antes de que los papás pudieran reaccionar siquiera para agradecerle el gesto, ella ya había encaminado sus pasos hacia la calle habiendo dejado a su cazadora de sueños en las mejores manos…