La noche que pasé con Oscar.
El cielo se desplomó sobre ellos envolviéndolos en el encanto y la magia del amor, el deseo y el cine...
Él no salía de su asombro, no es que fuera la primera vez que era testigo del alboroto y la algarabía que armaba ella, en casa, en noches como aquella, pero seguía sin dar crédito a tanto trajín por unos premios de cine. El caso es que a ella le encantaba la pompa y el boato de las ceremonias, la emoción y los nervios, las caras felices y las de póker, también entregar sus premios en su libreta y esperar a ver si la Academia de Cine estaba con ella o erraba…
Se acomodaron en el sofá pasadas las dos de la madrugada pertrechados entre refrescos, agua, chuches y palomitas, dispuesta ella a disfrutar la ceremonia y él pensado a ver cómo se las componía para no dormirse, claro que no contaba con la desatada conversación de su acompañante… igual que desconocía que una botella de champagne había sido puesta a enfriar en la cocina…
El repaso a la alfombra roja lo dejó perplejo –¿quién eres y qué has hecho con mi chica?– preguntó con fingido pavor y espanto, lo que le costó el ataque de dos proyectiles directos a su cabeza desde el bol de las palomitas. Pasaron después a los detalles y a recordar sus Oscar más queridos mientras se entregaban los premios menores –adoro la música de cine– confesó él pensando en Zimmer y sus maravillosas bandas sonoras, ella sonrió y confesó la misma adoración con el alma envuelta en otras notas, pensaba en un café y un croissant frente a los diamantes de Tiffany’s y en un viaje imaginario sobre un arcoiris de color; él la atrajo hacia sí, acomodándola en su cuerpo tanto como lo estaba ya en su vida y en su mundo -Oz lo visitaremos pronto- le recordó ante el inminente estreno de la película, día además en el que ella estrenaría pulsera, claro que eso era entonces secreto de uno, suyo, de él… y del destino de ambos.
Continuaron su repaso de músicas de cine recordando el París que siempre quedará en algún rincón de Casablanca, a los tres ángeles de Charlie y también a él, el espía de la reina, todo un sir al que cantó una diva rockera… Descubrieron entonces que era precisamente él, aunque en otra piel, quien llevaba a otra diva, más joven y más british, camino del púlpito a recibir su Oscar y a ambos les pareció bien, incluso mejor que bien.
Claro que el cine no es sólo música… y llegaron los premios gordos, llegó, más que nada Argo y tras ella el sueño… un sueño al que él pensaba rendirse y del que lo desperezó ella al descorchar el champagne –no sabía que habías invitado a Tess a esta fiesta– dijo mirándola desde el ensueño roto y el despertar del deseo… ella sonrió y le tendió una copa.
El cielo se desplomó sobre ellos envolviéndolos en el encanto y la magia del amor, el deseo y el cine…