Justicia.

Lo justo, lo injusto. Lo humano. Comprendía que el mundo era una hoguera de libertades en la que cada cual hacía de la suya un sayo.

Hacía dibujos distraídamente en su libreta, círculos, líneas, curvas, espirales… eran figuras sin sentido que no reflejaban nada más que la desconexión entre su mente y su mano porque, en realidad, aquel domingo esta ausente de sí misma, lo estaba por decisión propia, porque, de estar presente, tendría que explicarse como entre lo justo y lo injusto baila lo humano.

Siempre había sentido la justicia como un concepto claro e inviolable, una idea sin matices, sin claroscuros, sin lugar a la duda ni a la interpretación… un concepto inamovible que se demostraba insuficiente a tenor de lo aprendido a lo largo y ancho de su vida.

Y es que, igual que había aprendido que entre lo bueno y lo malo hay mil matices que casi nunca terminan en la inocencia del blanco o en lo dantesco del negro, le tocaba ahora afrontar que entre lo justo y lo injusto había también un mundo de matices que no podía, en modo alguno, simplificarse a la vida en dos polos opuestos que se atraen o se repelen según como y según cuando.

Había aprendido que hay gente que vive con todo, que abraza los sueños y funde su esfuerzo sin medir cuanto gana o cuanto pierde a cambio de su pasión y también gente que sabe nadar y guardar la ropa, que sabe medir sus sueños y sus esfuerzos y que calcula cuanto gana y cuanto pierde en cada paso de su vida; tendía a enamorarse de los primeros porque era uno de ellos y tendía también a pensar que de ellos era el reino de los cielos por obra y gracia de su esfuerzo, desterraba así a quienes sabían medir y medirse y se sentía profundamente decepcionada cuando los veía alzarse con el triunfo en múltiples contiendas de la vida.

Se sentía entonces traicionada por la vida y esgrimía el pertinente ‘no es justo‘ como razonamiento incuestionable ante un hecho que era tan objetivo como irrefutable, no siempre ganaban los buenos… y los que no eran los buenos tampoco eran, necesariamente, los malos… Eran humanos.

La vida se había ocupado de enseñarle que entre su concepción de lo justo y de lo injusto estaba lo humano y en eso nada había más justo que la propia vida porque repartía siempre la humanidad de modo equitativo.

Había aprendido a anteponer la generosidad a la justicia y a ver el rostro luminoso de la gente, había aprendido que todo lo bueno suma y que la suma de muchos pocos dispares y distintos, junto con algunos muchos también dispares y distintos, era mucho más que una cuestión de álgebra, era una sinergia que no debía nunca sentir temblar su suelo por un quítame allá lo justo, lo injusto… lo humano.

El mundo se convertía así en una hoguera de libertades en la que cada cual hacía de la suya un sayo, claro que aquello no era ya un asunto de justicia, lo era más bien de compromiso y de respeto, y ese… ese era otro cuento.



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