Juego de damas.

En un 'dar por hecho' se pierden hechos que ya nunca serán porque nadie los dio jamás por hechos...

Un par de novelas y otras tantas revistas completaban su equipaje de mano en aquella ocasión, mucho papel para su gusto y deleite.

Y es que el viaje se le antojaba largo, cruzar el mundo exigía incluso un par de escalas y no quería sentir cada una de las horas que tenía por delante como un camino largo hacia un destino inesperado, quería vivirlas y sentirlas, disfrutarlas como esperaba disfrutar su fin.

Ojeaba la revista y las imágenes que veía se colaban a través de sus ojos quedando grabadas de algún modo en el rincón asignado de su cerebro, un rincón que debía ser vecino de la emocionalidad y el gusto porque el deleite era importante; –la vida es una cuestión de seducción– pensó saltando de mujeres bellas, sensuales y provocativas a hombres guapos e interesantes y pasando por botellas que emulaban a gentes que se aligeran de ropa; sonrió al dar una vuelta más aquella idea de vida igual a seducción… porque, si la vida es seducción, es en el fondo un juego ¿qué es sino seducir más que jugar? y le parecía, a la vista de aquellas páginas, un juego de damas.

Se acercaba el momento de embarcar, se aseguró de llevar todas sus cosas consigo y dedicó un último minuto a revisar su teléfono, en él le esperaba una bella imagen, un destino y un ‘te espero‘, dio una sonrisa por respuesta y se dispuso a caminar hacia su vuelo.

Si la vida es un juego de damas y llevamos en él nuestra complejidad por ventaja ¿por qué parece a veces no dársenos bien del todo? las preguntas rebotaban en su cabeza al tiempo que trataba de ordenar sus pensamientos para responderse; y la respuesta llegó de la manera más simple, en una sola palabra: prejuicios.

Prejuicios entendidos como ideas preconcebidas que quizá algún día fueron ciertas -o no- pero que, aun siendo consideradas verdades incuestionables, son de certeza más que dudosa y, curiosamente, le parecía tan cierto que las mujeres eran objeto habitual de prejuicios como que eran magistrales hacedoras y seguidoras de muchos de ellos. Y en ellos se jugaba la vida, eran las reglas del juego, nunca escritas y siempre fielmente seguidas.

No lo des por hecho– fue la frase suelta que llegó a sus oídos en algún momento del vuelo sacándola del libro en el que había encerrado su tiempo; –esa era la cuestión, esa y no otra– pensaba respondiéndose entonces con total claridad –damos por hecho unas cosas y otras, damos por sentado que esto es cierto y aquello falso, que podemos o que no podemos, que otros harán o desharán de uno u otro modo…

Y en ese dar por hecho perdemos hechos que ya nunca serán porque nadie los dio jamás por hechos y sentados.

Porque nadie confió.



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