Hilos cruzados.

Hilos sueltos que se cruzan a veces a conciencia, otras al vuelo y en ocasiones por casualidad... ¿el resultado? la vida.

Se preparó un café y se dispuso a saborearlo disfrutando de la placentera sensación que le provocaba la taza caliente entre sus manos; aquella mañana, ya fresca, anticipaba el tiempo que venía, el de los días fríos, los vientos y las tempestades, el de las prisas y los plazos, el de los sueños pospuestos y los quehaceres antepuestos…

Era otoño, una época que se le antojaba tan revuelta como la primavera, sino más, porque ella menos regalaba sol, flores y color y él tendía a teñirlo todo en ocres y enfriar el ambiente tanto como las pasiones. Sonrió ante lo absurdo de sus pensamientos, ante la lógica errada que la llevaba a hilar la primavera con lo bello y el otoño con lo triste.

Claro que no era extraño que hilase nada de ese modo u otro cualquiera, la vida no eran más que un montón de hebras sueltas de un gran mantón que se iban tejiendo a veces a conciencia, otras al vuelo y, en ocasiones, incluso por casualidad. Se hilaban los días a través de sus noches y los años de doce en doce uvas, se hilaban conversaciones y sueños, vidas y personas, se hilaban tejidos e ingredientes en cocina, se hilaban cuentos y descuentos, ratos sueltos y otros muertos, se hilaba, al cabo del día, la vida y una vida a otra de la mano de la madre y del niño, se hilaban los proyectos a los ‘quieros’ y en ellos se entretejían los ‘puedo’…

Como ocurría siempre que su cabeza se enredaba a hilar ideas, abandonó su taza de café ya tibio y todavía mediada, para hacerse con la libreta y el lápiz hilando notas manuscritas que, al cabo de pocos días, serían prácticamente ilegibles incluso para ella misma.

Garabateó ideas largo rato, cruzó flechas de unas a otras como quien pasea hilos por un blog para, finalmente, levantarse y abandonarlo todo en busca de otro café recién hecho, de otra taza caliente entre sus manos que le hiciera sentir que el otoño había llegado y, más que nada, para que le recordara que la vida se hila sola y a su aire o al suyo si cruzaba sus hilos a conciencia… sabía que el futuro pasaba por un encaje de bolillos que había de hacerse con sus manos o con las del destino

No había llegado todavía a la cocina cuando giró en redondo y volvió a su libreta para poner una nota al pie…. aprender a tejer.



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