Goya.
La vida a veces era como las películas, un lapsus entre tiempos distintos que rellenaba los espacios vacíos a golpe de sueños... y de Goya.
La alfombra roja parecía una lengua interminable que se adentraba en un túnel angosto y profundo, era un camino incierto que llevaba al cielo o a ninguna parte; casi podía oir el sonido de los tacones que golpeaban el rojo de la alfombra sin piedad al avanzar sobre ella; los flashes iluminaban una noche que vestía la fiesta de negro puro como si fueran rayos que anticipan tormenta, con la misma elocuencia que cada golpe de tacón hería al suelo.
Flashes, pasos, ruidos, fundido en negro… las emociones se intensificaban por momentos y las sentía cambiar con vívida pasión… los nervios se vestían de miedo y la ilusión se aterraba hasta deshacerse como un azucarillo en el café, como un diente de león al pasar de la brisa; los pasos elegantes sobre el suelo rojo se aceleraban hasta correr movidos por la angustia, sin apenas respirar, sin mirar atrás, con los pies descalzos… El sonido de los tacones se fue apagando y, cuando pensó que regresaba, se dio cuenta de que no era el golpe de tacón lo que la alertaba, era el paso militar.
El rojo era entonces rojo sangre y negro se había vuelto más profundo, casi intenso, la angustia se había adueñado de su alma y la rabia parecía agolparse en su pecho sin dejarle apenas respirar.
La magia, la pompa y el boato se había desdibujado hasta vestir la paz de guerra para llevarla de la gala de los Goya a la sala del pintor y allí, frente a sus cuadros oscuros de profundo realismo y frente a la dolorosa huella de la historia en ellos reflejada, se sintió perdida, desubicada… sin saberse a salvo, sin lograr distinguir la sala de un museo de la realidad del 2 de mayo.
El sobresalto fue mayúsculo cuando comenzó a oír el sonido de una música que cambió de nuevo el escenario, viajó en el tiempo y el espacio para sentarse en un teatro frente a una musical clásico y patrio, una revista… abrió bien los ojos y allí estaba Dani Rovira cantando y bailando sobre el escenario, hilando los nombres de las películas de los 30 Goyas a Mejor Película que se habían entregado a lo largo de otros tantos años y allí estaba ella, en el sofá de su casa, frente a la televisión y, entonces sí, segura de haber perdido la consciencia unos minutos que le habían parecido eternos y tan surrealistas que incluso creía haber visto a Pablo Iglesias vestido de smoking…
Decidió levantarse un momento del sofá para despertarse del todo y se preparó un gran bol de palomitas para vivir la gran noche de los Goya 2016 como merecía, sin perder detalle e intentando acertar cada premio… para fallar más de la mitad.
Y entre Goya y Goya, una reivindicación aquí, una broma allá o un absurdo acá, porque de todo hay en una gala, desdeñó el pensamiento recurrente que la llevaba del busto de Goya a su espacio en el Prado, de su tiempo a otro pretérito, de la convivencia a la confrontación, de la paz a la guerra… en realidad era el camino que separaba el busto del pintor convertido en premio de cine del célebre lienzo de los fusilamientos del 2 de mayo pero para ella era un camino de dirección única, de atrás hacia adelante, del pasado hacia el futuro, nunca ¡jamás! al revés… ¿quién, en su sano juicio, podría querer desandar el camino recorrido de la guerra hacia la paz?