Fuera de lugar.

Se sentía fuera de lugar y no sabía si eso era algo a lamentar o quizá algo de lo que alegrarse...

Imaginaba su vida como un puzzle en el que había piezas que no acababan de encajar, parecían pedazos sobrantes de sí misma que dejaban huérfanos algunos huecos en el dibujo completo del puzzle, de su vida y no parecía que pudiese hacer nada por resolver aquel despropósito.

No se puede deshacer una vida para montarla de nuevo, pensaba, ni tampoco quedarse parado entre piezas que no encajan y huecos que no podrán ser cubiertos, hay que seguir jugando, recurrir a piezas nuevas y rellenar otros espacios del puzzle, construir un nuevo trozo del puzzle, era eso o el fin porque no hacer nada, quedarse parada, quiera, mirando… era convertirse en un muerto viviente como el protagonista de aquel famoso poema de Bécquer en el que el poeta romántico lamentaba un amor sin amor de vuelta.

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón.

Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?
Porque no brota sangre de la herida.
Porque el muerto está en pie.

Ella también seguía en pie, sintiéndose protagonista de un cuento sin sentido en el que estaba fuera de lugar; al mirar a su alrededor, se percató de que todo el mundo parecía feliz, todos reían, hablaban y bromeaban mientras ella mantenía una sonrisa pintada en su cara para intentar no desentonar en el ambiente aún sintiéndose fuera de lugar…

Pero, en el fondo, sabía que era ella y sólo ella, que nada tenía que ver la gente ni el ambiente, era ella quien se negaba desde lo más profundo de su alma a convertirse en una de ellos, prefería sentirse como un muerto en pie, sonrisa en boca, antes que perderse a si misma entre los pedazos de su vida.

Echó mano a una revista y escondió su cabeza en ella viendo como Óscar de la Renta se despedía del mundo dejando tras de sí un legado de belleza, como Keanu Reeves se pasaba a las motos, Marion Cotillard a las calles, Givenchy al museo y Versace a vestir botellas espirituosas; la gente hacía cosas, pensó, y eso era bueno.

Cuando finalmente se alejó de aquella reunión que empezó como familiar y acabó convertida en una multitudinaria, lo hizo con una idea fija y clara en su cabeza, si allí estaba fuera de lugar, la única opción razonable que debía tomar era la de preparar la maleta y marcharse porque sólo entonces cabía la posibilidad de que encontrara las piezas que faltaban en su puzzle… o de que, con piezas nuevas, construyera un nuevo lugar en el que alojarse y sentirse en su lugar en el mundo…

 



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