Frozen.
Érase una vez un universo helado bello por fuera y temible por dentro...
Un intenso estallido de dolor se adueñó de su cabeza, sabía que ocurriría así porque así ocurría siempre cuando lo lograba frenar el temible avance del frío. Sentía helarse los dedos y las manos completas, dejaba de sentir que había pies más allá de sus tobillos y para entonces ya era tarde, tomado el fin de sus extremidades el frío caminaba sin prisa y sin pausa por sus venas camino de su corazón y su cabeza. Frozen…
Y entonces estallaba la infernal tormenta porque aunque los mundos helados aparentaban quietud, escondían un infierno bajo su manto helado. Su cabeza estallaba al tiempo que se helaban las ideas y los sueños, se congelaba hasta el último de sus pensamientos como se había congelado su cuerpo entero y sólo podía sentir un inmenso dolor bajo la quietud absoluta del frío…
Se despertó de golpe y de repente, se sentó de un salto en el sofá sintiendo su respiración entrecortada y una gota de sudor frío resbalando por su frente, comprobó que podía mover las manos y los pies, que podía ponerse en pie, que no estaba helada… aunque tenía un frío terrible. Miró hacia el sofá y todo fue cobrando sentido, la lámpara estaba encendida, el portátil y el teléfono estaban tirados en el suelo, un par de revistas mal cerradas sobre el sofá y ella helada… porque se había dormido mientras anochecía, mientras las temperaturas se despeñaban en el termómetro, sin encender la chimenea, sin echarse una miserable manta sobre su cuerpo…
Detestaba el frío, lo había detestado siempre pero según pasaban los años lo detestaba más y más, ahora echaba en falta los días de sus propias memorias de África, el calor de entonces, aunque fuese una calidez plagada de mosquitos y temores; se dio una ducha tan caliente que el agua dolía para calentase por fuera y se preparó un té igualmente hirviendo para hacerlo por dentro, encendió la chimenea y se acomodó junto a ella echándose una manta sobre la espalda. Y aun así tardó un rato largo en quitarse el dolor del frío de su cabeza.
Aquel mal rato de sueño y frío había conseguido desvelarla lo suficiente para que no tuviera intención alguna de irse a la cama aunque fuesen las 2 de la madrugada así que cogió el pequeño gran ensayo que estaba leyendo y se zambulló de nuevo en sus letras; y entonces sí llegó la paz, en el abrazo que sentía siempre al dejarse llevar por la belleza de las letras, por el modo en que los más grandes componían con ellas obras de arte y dejaban escritas en negro sobre blanco ideas que nunca debían ser olvidadas…
It is fatal to be a man or woman pure and simple; one must be woman-manly or man-womanly.*
Faltaban pocos años para que aquellas palabras cumplieran un siglo… y seguían estando tan cargadas de razón como entonces.
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*Esta cita está tomada del ensayo feminista escrito por Virginia Woolf A room one’s own (Una habitación propia).