Femme.

Érase una vez la historia de una pequeña femme que miró al mundo antes de juzgarlo y definirse...

Nuestra pequeña femme se levantó aquella mañana tal feliz como cualquier otra o incluso más ¡era viernes! y el fin de semana se presentaba lleno de planes de juegos.

El primer disgusto del día se lo puso el uniforme… –¿falda? ¡¿por qué?!– su madre la miró con resignación, sabía que la negación de la falda se debía únicamente al ansia de rocódromo y tobogán, actividades éstas para las que tal vestimenta era poco recomendable… pero los viernes tocaba uniforme y el uniforme contaba con su falda. –pero a ver– dijo nuestra femme tan resuelta como era ella –¿por qué mi uniforme no puede ser con pantalón como el de los chicos?– su madre la miró dispuesta a negar tal cosa y, antes de abrir la boca, se hizo ella esa misma pregunta… ¿por qué no podía, sin salir del uniforme escolar, elegir pantalón en lugar de falta? es más ¿quién había dicho que no pudiera?.Te prometo una cosa– le dijo entonces a su pequeña rebelde con causa –el próximo uniforme que compremos, será con pantalón pero ahora… ahora tenemos una falda… ¿trato hecho?– la niña se lo pensó un momento y tendió su mano a su madre para sellar el acuerdo.

Enguyó el desayuno a toda velocidad porque la discrepancia de la falda las estaba retrasando y la sabían que la ruta no esperaba; cogió el abrigo, cargó la mochila a la espalda y no le ahorró a su madre la broma matutina cuando le pidió que fuera llamando al ascensor… –¡ascensoooor!- gritó mirando a su madre por el rabillo del ojo y buscando así su risa cómplice.

Su madre la saludó desde la acera mientras la ruta ponía rumbo al colegio, se quedó un momento mirando al autobús rodar lentamente sabiendo que en él viajaban un montón de almas pequeñas que afrontaban sus pequeñas batallas diarias ya solas… Estaría allí cuando la ruta regresara por la tarde para recibir a su femme tras un día más de batalla en su vida.

Ya por la tarde, en el último patio y poco antes de cargar de nuevo las mochilas y poner rumbo de vuelta a casa, nuestra femme tenía sus piernas lastimadas por alguna caída desafortunada en el patio de la mañana y estaba tan disgustada como algunas otras niñas… Y es que habían tenido ballet -por empeño de sus madres- mientras los niños jugaban al fútbol -con lo que les gustaba a ellas la pelota, eran más de voleyball que de fútbol pero en todo caso mucho más de pelota que de zapatillas de ballet-, para colmo de males los niños habían hecho gracietas mientras ellas trataban de hacer un giro completo sin dar con sus huesos en el suelo.

Se sentó en un rincón del patio ya cansada de tanto esfuerzo y tanto lío y se quedó mirando a sus compañeros… Ellos seguían con su partidillo -la verdad es que los niños eran un poco pesados con tanto fútbol- había algunos niños y niñas en el tobogán, otros jugando al torito en alto y sus compañeras de ballet estaban en otro rincón del patio, parecían enfadadas…

Entonces un futbolero de escasa puntería mandó la pelota fuera del campo, cerca de las niñas de ballet y, al ir a recogerla, se encontró con un frente femme hostil…

Nuestra pequeña femme se sintió tentada a unirse a ellas pero, antes de dar un paso más lo pensó mejor… ¿por qué? pensó… ¿por qué tenían que estar enfadadas? no les gustaba la clase de ballet, era cierto, pero tampoco la de matemáticas y no por eso se enfadaban… Recordó el lío de la falda y el pantalón de aquella mañana y resolvió llegar a un nuevo pacto con su madre: el curso siguiente no habría clase de ballet.

¿Y si la solución fuera esa? ¿Y si no hiciese falta enfadarse ni enfrentarse con nadie sino sólo decir lo que se quiere para hacer lo que se quiere… ¡y hacerlo!?

Se acercó corriendo a donde estaban sus amigas de ballet escondiendo la pelota de los niños del fútbol, cogió la pelota ante la mirada recriminatoria de las niñas y se la dio a los niños con un sonoro ‘nosotras también queremos jugar‘ … –¡pero si no sabéis!- dijo el más listo del equipo… –a lo mejor te llevas una sorpresa, dijo una de las pequeñas que era, además, la pequeña de 4 hermanos, todos chicos… – –y si no sabemos qué pasa, esto es un cole, también podemos aprender fútbol– añadió entonces nuestra femme resuelta y decidida.

¡Venga!– dijo el más alto de los chicos –vosotras tres vais con los que llevan peto y vosotras tres con nosotros, vamos a jugar que se nos pasa el patio discutiendo

Eran las 5 cuando la ruta giraba lentamente la esquina y se dirigía a la parada… Nuestra femme bajó del autobús despeinada, descamisada, con las rodillas raspadas, la mochila mal colgada de un solo hombro y los zapatos irreconocibles… –¿qué tal tu día?– le preguntó su madre tratando de colocarle un poco el pelo –muy bien– respondió la pequeña –pero el próximo curso no quiero clase de ballet– su madre la miró percibiendo la decisión en sus ojos –muy bien ¿qué extraescolar elegirás entonces?– la niña la miró indecisa… –no sé… pero fútbol tampoco– se colocó bien la mochila mientras trataba de no pensar en cuánto le dolían las rodillas.

Madre y femme pasaron por la panadería antes irse a casa, ambas se habían ganado su merienda dulce de los viernes y, mientras veía a su pequeña sonreir al primer bocado de su palmerita de chocolate, recordó un cartel que había leído aquella mañana… era uno de su querida Mafalda despeinada y decía algo así como ‘las mejores cosas de la vida despeinan… bailar, saltar, besar, correr… más vale que vivamos con el cabello hecho un desastre‘.

El estado del cabello de su femme la delataría siempre a sus ojos… estaba viviendo, no luchando, ni peleando, ni compitiendo, ni… nada más, y nada menos, que viviendo.



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