Endeavour.

Érase una vez la historia de un hombre que jamás utilizaba su nombre porque su nombre, Endeavour, lo definía y desnudaba frente al mundo... o porque no le daba la gana.

Endeavour era un caballero inglés de la cabeza a los pies; amante de la ópera, los vinilos, la cerveza y el whisky a pelo, sin rocks; vestía siempre de traje y siempre inmaculado aunque no solía tocar su atuendo con un sombrero como sí hacía su jefe el inspector Thursday; era, sin duda, un tipo elegante y discreto que acostumbraba a cargarse de razón y que nunca jamás renunciaba a sus convicciones, hacía siempre honor a su nombre, un nombre que, curiosamente, jamás utilizaba.

Era Morse o el detective Morse, nunca Endeavour; quizá fuera el origen francés de su nombre, su pronunciación forzadamente engalanada o su regusto antiguo; o cabe que fuera el modo en que su nombre lo definía lo que hacía imposible para un alma discreta como la suya utilizarlo a discreción.

Endeavour significaba esfuerzo y era también el verbo utilizado para expresar que algo se intentaba con gran empeño; así vivía el bueno de Morse, esforzándose cada día, empeñándose en hacer lo correcto, acertando incluso cuando erraba y anteponiendo la verdad y la realidad a cualquier interés espúreo. Y así le iba, claro. A nadie era el éxito tan esquivo como al bueno de Morse, Endeavour Morse porque en los tiempos en los que el engaño y el relato tienden a sustituir a la realidad los tipos como Morse tienden a su vez a caer en desgracia porque su mera existencia hace imposible la distopía.

Y es que los realistas desmitifican los relatos, los desnudan de sus adornos y deshacen los nudos con los que se adornan y retuercen hasta que la realidad, la verdad, resultan tan claramente visibles que nadie puede negarlas, nadie salvo quienes siguen abrazados al relato, sus nudos y sus adornos.

Endeavour era luz para los que querían ver, era razón y argumento, la antítesis del cuento y el relato y la negación misma de la propaganda; y además de todo eso era un detective esforzado y valiente que no respondía más que a la realidad de los hechos tanto si le gustaban como si no, tanto si gustaban a sus jefes como si no era así, tanto si respondían a las órdenes políticas recibidas por sus superiores como si no… Y así andaba el éxito buscando al bueno de Morse sin encontrarlo nunca de tantas cabezas con mando en plaza había contrariado.

Poco listo era el bueno de Morse a pesar de su notable inteligencia, así se lo hizo notar incluso su amigo Strange, pero ni con esas, Morse era Endevour aunque no se hiciera llamar de ese modo, a Morse lo definía el nombre que jamás utilizaba.

Claro que entre venderse por 30 monedas y saberse comprado por siempre jamás o levantarse cada mañana libre como un pájaro y dispuesto a perseguir y desvelar la verdad sin responder más que ante su propia conciencia Endeavour lo tenía claro, cabe que acabaran venciéndolo pero no sería él quien pagaría la horca con la que lo habrían de ahorcar.

Y aquella tarde de domingo, mientras se regocijaba en el placer de un nuevo encuentro con Endeavour esa misma noche, se preguntó si no sería él el verdadero revolucionario, si no sería la gente como él la que de verdad cambiaba el mundo un poco cada día…



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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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