El ser egoísta.
Aun está por nacer el primer humano desprovisto de esa segunda piel que llamamos egoísmo.
Saramago era certero siempre, las suyas eran verdades desnudas de adorno alguno, eran humanidad pura hecha palabra porque esa era la herramienta que dominaba a placer; las palabras a través de las que desnudaba el alma propia y ajena, para colocarnos desnudos como nacemos y somos frente al espejo de nuestros propios ojos.
Entre esas certezas portuguesas divagaba su cabeza aquel domingo, después de que su magazine de cabecera le recordaran que tal día como ayer, el genio vecino hubiera cumplido años.
Sonreía ante la cara y la cruz de ese concepto y de otros tantos cada día, ante la inexistencia de las verdades absolutas porque, se preguntaba, ese egoísmo que nos cubre a todos, ese sin el que no ha nacido todavía ser humano alguno ¿es tan malo como lo pintan?
–No– se respondió categóricamente –no; el egoísmo es una necesidad tan humana como la propia bondad y su función no es otra que nuestra propia supervivencia; sin la consciencia de uno mismo, sin el instinto que convierta esa consciencia en las acciones y los hechos que aseguren que seguimos respirando y caminando, quizá fuésemos ya una más de tantas especies extintas-.
Se sentó al instante frente a su ordenador porque cuando las ideas fluían y se iban hilando unas con otras formando mapas conceptuales que atiborraban su cabeza, era el momento de sentarse y dejar fluir las letras de sus manos liberando su ser de tanto revuelo.
La belleza es un anhelo egoísta, el sentir de un ego que sólo quiere deleitarse frente a las cosas bonitas: un ego que se pinta en oro y viste su intimidad en tules bordados y encaje de calais, uno que se enjoya y complementa elevándose sobre sofisticados zapatos de tacón con la íntima intención de convertirse en un objeto de belleza a sus ojos… a los de él, un tipo con suerte rendido igualmente a su egoísmo, que viste guapo y brinda on the rocks abandonado ya a su suerte el vehículo que más y mejor completa su belleza. El lugar es de ensueño, indiscreto y luminoso y el sueño infinito y viajero, con algo de imposible y mucho de deleite…
Y es que el mayor egoísmo es pura ansia por ser y ser feliz… claro que luego están las disfunciones; disfunciones que llevan a algunos especímenes a confundir ser con tener o a pensar en ‘tú o yo’ en lugar de ‘tú y yo’… Es entonces cuando la cara del egoísmo da la vuelta y muestra su cruz, la peor versión de sí mismo. que lo covierte en un arma arrojadiza y fea que daña a quien quiere tras destruir siempre primero a quien viste…
Se recostó en la silla libre ya su mente de toda divagación egoísta y pensado si algún día lograría componer algo con tantos trozos sueltos e inconexos que iba dejando en aquel papel virtual, en su nube personal…
Su móvil tarareó una melodía conocida… –¿qué te cuentas?– decía un mensaje que le arrancaba, a la vista de la pantalla de su ordenador, la más grande de las sonrisas… –Egoísta!!– respondió… y casi pudo escuchar su risa desde el otro lado del mundo.
Volvió entonces Saramago a su cabeza… ‘lo difícil no es vivir con las personas, lo difícil es comprenderlas’ y sintió que, de algún modo, ellos habían hecho ya lo más difícil, era la tarea de vivir y vivir juntos la que se les rebelaba una y otra vez…