Distorsión.
Érase una vez una historia en la que la realidad se desdibuja fruto de una distorsión...
Realidad o sueño, realidad o engaño, realidad o deseo, realidad o imaginación, realidad o ansia, realidad o sueño… La realidad son hechos e imágenes incontestables pero es la humanidad la que las ve y las siente, las tamiza y las modula y, en ocasiones, las distorsiona o, por la esencia misma de la volatilidad emocional del ser humano, se distorsionan solas ante nuestros ojos.
Sonrió al encontrar aquel pequeño párrafo escrito en un de sus cuadernos de ideas y retales, no recordaba en qué momento la había escrito pero le sentaba tan bien al momento actual como un traje hecho a medida; había vuelto a ver Matrix y volvía a divagar entre la realidad y sus matices y los sueños, ¿es real todo lo que se ve? ¿se ve todo lo que es real? sabía bien que la respuesta a ambas preguntas a un sonoro no, sin matices.
La volatilidad del ser humano era infinita, su capacidad para dar un paso adelante y dos atrás, para engañar y engañarse, para vestir los hechos con ropajes de ensueño le parecía por momentos infinita y sabía bien que esas capacidades transportaban a muchas gentes a mundos paralelos, a realidades inexistentes… No, no era una cosa de película, era la debilidad del ser humano, su necesidad de creer en algo, su necesidad de satisfacer el orgullo propio… y a veces también sus pocas ganas de poner en el camino el esfuerzo necesario para convertir los sueños en realidad, si entonces alguien descubre la utilidad de la mentira, la realidad comienza a distorsionarse como no imaginas… las líneas rectas se tuercen y las curvas se diluyen, los colores se matizan, se entremezclan y se pierden, la vida se desdibuja y la distorsión es, de repente, la única certeza.
Se preparó un café regañándose a si misma porque la idea de regalarse Matrix la noche anterior era evadirse del mundo, no encontrar nuevos modos de explicarlo ni entenderlo, de hecho no quería entender la realidad en que vivía, no quería ni una noticia más, ni una voz distorsionada más, ningún mensaje distorsionado (y distorsionador) más…
Se acercó, café en mano, a su bola del mundo, la misma que conservaba desde su olvidada adolescencia, la encendió y la hizo girar ante sus ojos, era su modo de recordarse la inmensidad del mundo, su riqueza, su diversidad, lo absurdo de los muros las fronteras y lo malvadas que resultaban las ideas llamadas identitarias, las que definían la cultura no como una riqueza a compartir sino como una atesorar… y la atesoran, lo hacen del único modo posible, marcando distancia y diferencia con otras culturas, lo que les lleva a sentirse a sus dueños mejores que los otros porque nadie se jacta de ser diferente por ser peor…
Apuró el café y decidió salir a correr, a ver si entre el esfuerzo y el frío y lejos de las noticias y los periódicos, lograba evadirse del mundo y sonreirse.