Cuento de Navidad.

La Navidad es para los niños – pensaba todavía en duermevela tras una noche tan buena como cualquier otra...

La Navidad es para los niños – pensaba todavía en duermevela tras una noche tan buena como cualquier otra  –  porque en ellos, en su ilusión, habita la magia … esa que les lleva a creer que un bonachón vestido de rojo llegará de Laponia, surcando el cielo en un trineo tirado por unos renos sin alas … o en tres monarcas, tan reales como magos, llegados en cabalgata del lejano Oriente a lomos de sus camellos para repartir regalos y carbones ...

Sonaban todavía en su cabeza las campanas de la buena noche, cuando se dejó caer de la cama al olor del café recién hecho, consciente de que, en realidad, no tenía nada nuevo que decirse sobre la Navidad y su cosas; al llegar a la cocina, dudó por un momento si estaba todavía dormida, navegando por el mundo de los sueños, o lo que veía era tan real como ella misma: allí estaba él preparando el desayuno … en mallas verdes. Pasado el momento de sorpresa llegó el de la risa, el de la carcajada incontenible que suena hacia fuera y retumba hacia dentro.

Tras compartir un desayuno de emociones buenas, se concedió una ducha para amanecer del todo y, sin acabar de creerse que iba a presentarse en casa de sus padres el día de Navidad acompañada por Peter Pan, vio sus alas sobre la cama … – venga – le rogó él – saca a la niña que llevas dentro … regalémonos una Navidad.

Su madre, impecable y perfecta como siempre, no logró reaccionar en modo alguno al abrir la puerta y encontrarse con su hija convertida en mariposa y acompañada por aquel espíritu libre, al que seguía empeñada en aferrarse, vestido como los bailarines de Le Songe … Se oyó entonces una risa sonora y llena de energía, su hermana – ¡sí señor! – afirmó con pasión – si Peter Pan y Campanilla se unen a la fiesta que venga también la Cenicienta – y sin dudarlo un momento se deshizo de un zapato abandonándolo en un rincón.

Su padre no dijo nada, le tenía sin cuidado de qué se vistiera cada cual, lo único que quería era sentirlos a todos cerca … y corría del salón a la cocina y de la cocina al salón vigilando todos los preparativos – mira – comentó distraídamente la hija de Cenicienta – el abuelo ha venido del país de las maravillas … “llego tarde, llego tarde…tic tac, tic tac” – ¿Y tú? – le preguntó él – ¿de qué cuento te has escapado? – ¡de la ratita presumida! – respondió su madre, Cenicienta, recordando el frasco del perfume que compartían – Já! – rezongó la joven – yo soy Dorothy – afirmó sin dilación – “como en casa no se está en ningún sitio” – sentenció su abuela desde el quicio de la puerta – “sigue el camino de baldosas amarillas” – la retó Dorothy – “esto no es Kansas” – dijo ella zanjando así aquel inesperado cruce de magia … y provocando un nuevo devenir de carcajadas y risas.

Tarde de café y té, de turrón de chocolate y dulce de leche … de recuerdos y nostalgia … y volvió él a los cuentos y a las risas, a sacar de cada uno la ilusión de niño que, aún en el último y más lejano rincón del alma, todos conservamos. Y ella entendió aquella tarde, más que ninguna otra, por qué lo amaba … porque la leía y entendía como ni tan siquiera ella sabía contarse. Y no sabía entonces la sorpresa que le deparaba la noche …

Aquella noche, ya solos, deslizó él un diamante en sus manos … – no voy a pedirte nada, sólo quiero que haya siempre algo entre tus manos que te recuerde que hay alguien en el mundo que te ama.-

Feliz Navidad.



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