Cuento: Con el mundo en la cabeza.

Porque, en realidad, era en la cabeza donde estaba todo...

Los sueños imposibles y los que algún día serían ciertos, los olvidados y también los perdidos, los negados, los rendidos y los que habían dejado de serlo se entremezclaban en su cabeza de tal modo que a veces era difícil distinguir el punto y lugar en el que era preceptivo un esfuerzo más de aquel en el que un gracias y hasta siempre era la mejor opción. Sonrió al pensar cuántos y cuán dispares eran sus sueños…

Tenía sueños pequeños que no serían nunca más que un capricho caso de que algún día se vieran cumplidos, otros a los que acercaba sus manos y apenas alcanzaba a rozarlos, algunos más tan lejos de sí misma como un mundo o una vida y luego estaban aquellos en los que se refugiaba regularmente, sueños que exigían poco porque se sabían imposibles y no pedían más que ser disfrutados en su esencia etérea.

A ella la complacían todos sus sueños; los pequeños porque eran deliciosas píldoras de vida que teñían de verde y rojo los días grises, los que lograba sentir en las yemas de sus dedos porque la incitaban lanzarse hacia delante en la vida sin mirar atrás, la animaban a comerse el mundo o ponérselo por montera según soplase el viento; y los imposibles… adoraba sus sueños imposibles porque eran puro placer, ellos no la removían por dentro embarcándola en travesías de incierto fin, la elevaban unos palmos de suelo para alejarla de la revuelta realidad y apaciguaban su ánimo.

Abrió su libreta por una página en blanco y escribió con letra tan firme como su convencimiento de lo que decía: los sueños son vida y la vida… la vida es para soñarla en plata, para vestirla de seda, para viajarla y para comérsela entera. Lo apuntó porque no quería olvidarlo, porque sabía que en la aventura constante que imperaba en sus días desde hacía ya largo tiempo, corría el riesgo de perder el sentido de su esencia, de olvidar lo que un día fueran ideas claras y hechas a la medida de su piel.

No quería conformarse más que con aquello que no tuviese remedio y, de ahí en adelante, seguir soñando con relojes que fueran tan smart como para multiplicar el tiempo, con volar alto, con florearse el bolso y bailar hasta el amanecer; con los sabores más japo, con el cine frente a sus ojos y con una copa de champagne. Y si nada era posible… ¿qué importaba? lo importante era vivir con intensidad y risa, con pasión, de modo que si el final del cuento era un ‘mi vida ha sido un sueño imposible’, le habría parecido, sin duda, una gran vida… porque, y corrió de nuevo a apuntar en su libreta, la altura de tus sueños es un reflejo de tu grandeza… o de tu insignificancia. ¿De qué serás capaz si ni tan siquiera logras soñar a lo grande? ahí, en los sueños que tejes en tu cabeza, comienza la vida…



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