Chocolate.
El chocolate era siempre una buena respuesta además de una pasión confesable, un vicio irrenunciable y una dulce alternativa...
El chocolate era siempre una buena respuesta además de una pasión confesable, un vicio irrenunciable y una dulce alternativa… ni en tableta ni en grageas solucionaba en realidad nada y al tiempo parecía resolverlo todo porque, al fin y al cabo, comenzasen donde comenzasen los inconvenientes, acababan siempre convertidos en desasosiego al fondo del alma, un lugar de difícil acceso al que sólo llega, para apaciguar su inquietud, el amor verdadero… y el chocolate.
Y no es que pasase mucho, ni poco, nada nuevo en realidad pero había días y días y aquel domingo gris de otoño llamaba a casa, pantuflas y chocolate, ya habría tiempo de espectaculares looks en vestiditos negros, de rostros iluminados, tacones imposibles, joyas atemporales o de dulce… habría nuevos días de juego y magia pero aquel era uno de los de paz y chocolate.
Él sonreía desde el sillón orejero, sin haberse atrevido todavía a robarle ni uno solo de sus chocolates, ni falta que le había hecho porque había aceptado felizmente el reto de Javier y ahora tenía una propuesta para ella: te cambio el libro por un chocolate… y si abriéndolo al azar, a la aventura, no te arranca más sonrisas que tus grageas… @jsanz te paga un café; ella lo miró sin entender mucho pero aquello de los reyes Godos atrajo su atención y se aventuró a ver qué descubría y cuantas sonrisas podían arrancarle aquellos relatos.
Fueron muchas, tantas, que no se quedaron en dos las historias de la historia que leyó aquella tarde, y es que un libro es siempre una evasión y una victoria, como lo es todo lo que nos lleva al bienestar y a la risa… y allí estaba, con la sonrisa puesta de relato en relato y de gragea plata a gragea oro, con una vela emanando vida y luz y Pablo Milanés de fondo, ocupando el breve espacio en que no estás…
Sabía que aquel breve espacio, el que iba de su rincón del sofá al sillón orejero donde él se acomodaba, sería a veces inmenso, otras escaso… y en esa incertidumbre campaban, controlados unos días, otros a sus anchas, el fantasma de la duda, el monstruo del miedo y el eterno ¿hasta cuándo?
Si fallaba el recurso del control, el de omitir la pregunta en su cabeza, siempre estaba el chocolate… el más fiel de cuantos compañeros podían tenerse aunque pasase luego su factura en kilos, porque eso, un domingo de casa, pantuflas y chocolate, con él cerca y un buen libro al que echar mano, era un pensamiento absolutamente prescindible… que se perdía entre las historias de la historia, las grageas de chocolate y algún beso burlón y despistado de los que llenan vacíos…