Blanca y radiante.
Blanca y radiante va la ilusión y la vida...
Nunca se le había dado bien vestir elegante y de etiqueta en el tiempo del frío, y menos cuando no podía jugar a ignorarlo, eso es posible en el Mediterráneo pero nunca en Los Alpes y en diciembre…
-Un abrigo es un abrigo, por más que sea de cachemir, en gris perla y ceñido a la cintura… no importa lo que se lleve debajo, tan solo quedan bolso y zapatos para sacar a la luz la etiqueta de obligado cumplimiento en cualquier boda- estos pensamientos acabaron por llevarla de cabeza… a su cabeza; y decidió muy a tiempo que en esta ocasión iría más allá del tocado.
Sonreía paseando Bolonia, pensado que aquella locura de volar a esa ciudad sólo para comprar un sombrero era más propia de él que de ella misma, y a él ni tan siquiera se lo había dicho; volaban los mensajes de ida y vuelta sin que él dijese más que nos vemos en los Alpes ni ella respondiese otra cosa que estupendo allí nos vemos.
Era una boda, una de amigos de vida herrante que un buen día se cruzan, se miran, y saben que no pueden hacer otra cosa más que seguir camino juntos; y dado que el primer cruce fuera entre pistas, nieves y descensos, allá que tenían que irse todos si no querían perderse su Sí. Quiero no casarme contigo para el resto de mi vida. Y es que esta boda era de lo más atípico… habría elegancia y vestido de novia, invitados, brindis, anillos, magia y un sí quiero, pero no habría cura ni juez, no habría instancia oficial alguna que firmar ni nada que declarar más que un te quiero, si acaso dos; por haber habría incluso ceremonia… y no podía imaginar que diría ni haría él como su maestro.
Y allí estaba ella acometiendo su locura personal, recorriendo una y otra vez la centenaria tienda de sombreros que tocaba las cabezas más ilustres del mundo y del cine, en busca del ideal para su abrigo; dio con él… y añadió a su compra un borsalino para él que quedaría perfecto con el traje de Zegna que sabía había elegido.
A las 11 en el hall…
Dieron las 11 y fueron bajando todos, ella poco antes que la novia pues la había ayudado a hacerse con todos sus complementos, antes de bajar tocada por su sombrero y con uno muy de gánster seductor entre sus manos. Al verse fueron conscientes, de repente, del tiempo que hacía ya que sus ojos no se cruzaban, sonrieron, rieron bajo sus sombreros y no dijeron más porque aquel día los novios eran otros, quienes se dirigían entonces a su coche.
Él habló de ilusión y de sueños, de presentes, futuros y pasiones, de la emoción y la risa, de hacer viva y vivirla, habló de amor… y cuando los ‘no novios’ de aquella mañana sellaban su mutuo compromiso con un beso, la miró con un sosiego que ella no había visto jamás en sus ojos… y se estremeció.