Armonía.

Érase una vez una historia en la que incluso las notas discordantes vibraban con armonía.

Abrió las ventanas de par en par, todas, para permitir que la calidez de los rayos del sol se colara hasta el último rincón de su apartamento; también los sonidos de la ciudad encontraron así camino de entrada a su vida pero, en aquel momento, no le importaba demasiado, incluso salió a la terraza para sentir un poco de tanta vida como latía ahí fuera.

Vio una caravana de color calle arriba y otra similar calle abajo, vio a la gente correr y la oyó reir, el parque al final de la calle parecía tener cierto efecto imán y un río de gente cruzaba sus puertas; los edificios alrededor del suyo dibujaban también un perfil que era siempre el mismo pero distinto, cambiaba en la medida justa en la que la tierra se movía alrededor del sol, era una cuestión de luz; el cielo era tan azul como siempre y las nubes altas parecía no ser más que un mero detalle decorativo; pero además la ciudad sonaba, sonaba en sus coches y en sus voces, en su prisa y también en su belleza.

Y entonces se dio cuenta de que la visión de la que disfrutaba desde su terraza era armonía hecha a la medida de lo urbano; nada estaba hecho en realidad para encajar y mucho menos de forma armónica, nadie se había vestido para coordinar su paleta de color con la de un vecino, nadie se ponía de acuerdo con nadie para hacer sonar su cláxon en uno u otro momento, nadie compaginaba su paso con otro, el sol no se había puesto deacuerdo con las nubes ni tampoco el parque había florecido por más razones que las naturales; nada en la ciudad, salvo tal vez el trazado de las calles (y no siempre) había sido ideado a conciencia en busca de la armonía real que adivinaba en la estampa que le regalaba la ciudad desde su terraza.

Pero era así. Había armonía incluso en el caos y en el desorden, había vida, pasión, ideas… ¿y notas discordantes? por un momento se respondió que no, en la armonía no ha lugar para las notas discordantes… pero entonces afinó más si cabe la vista y la emoción y descubrió que la armonía es algo mucho más profundo que un débil equilibrio o una combinación de color, es la conjugación perfecta en la que incluso las notas discordantes tienen lugar y pentagrama.

La armonía no era una conjugación de iguales, no era un modelo estético ni tampoco uniformidad alguna, la magia de la armonía nacía de lo que tenía de pátina de lo bello, de su habilidad para tender un manto de serenidad sobre el mundo para luego permitir que en él latieran todos los colores y todas formas de sentir. La armonía era, en definitiva, un juego de equilibrios en el que cada diferencia tenía su lugar y cada lugar su diferencia, era un modo de ver el mundo en su maleabilidad adaptanto cada nota discordante a su lugar hasta convertirlas todas en una melodía.

La armonía era, por encima de todo, belleza… y serenidad (aunque en este último adjetivo Stendahl, probablemente, no hubiera estado deacuerdo).

Entró de nuevo en casa con el café, ya frío, entre sus manos y sonrió al pensar en el tiempo perdido observando la ciudad, por una vez, estaba muy bien que fuera la ciudad la que corría mientras ella soñaba despierta…



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