Armas.

Érase una vez la historia de las armas de seducción más traicioneras...

Mientras guardaba sus prendas lenceras más bellas y sugerentes en el cajón del armario que les correspondía, sonreía. Sonreía por el tiempo en el que había considerado que aquellos trozos de tela, bellos y elegantes sin duda, era armas de seducción.

Ahora sabía que no era así, la lencería era, a lo sumo, una herramienta cuando no un simple embellecedor, las armas eran otra cosa y eran las mismas si se trataba de armas de seducción masiva que si lo eran de seducción íntima.

La palabra. Las palabras.

Ellas eran las verdaderas armas de seducción y lo eran tanto cuando eran dichas en el tono y el momento justo y eran además amplificadas en la misma medida de justicia y oportunidad, que cuando eran retorcidas y malintencionadas hasta el punto de crear realidades paralelas, hasta la ocasión de elevar a la gente del suelo alejándola de su realidad para trasladarla a una suerte de mundo feliz que no existía.

El poder de las palabras era magnífico, más cuando se acompañaban de los gestos que habían de completar el cuadro del relato que contaban; las miradas, las sonrisas, los guiños, los puños cerrados, las manos abiertas, los colores y escenarios, las palabras… ¿qué importaba entonces la lencería? poco. O nada.

Se preparó un café largo y templado mientras seguía pensando en el poder de las palabras para alentar emociones y construir después el relato con el que vestirlas e incluso disfrazarlas ocultando tras un mundo de antifaces ideales de barro y sueños cartón piedra, realidades imposibles.

Encendió la televisión para ver cómo marchaba el mundo aquella mañana y, más allá de la rabia y la pena que despertaban siempre en ella ante el telediario, lo que acompañó su café de domingo fue una duda que llevaba implícita su resolución… ¿cómo habíamos llegado hasta aquí? ¿cómo era posible que la sociedad estuviese de nuevo en la calle abrazada a sus banderas? no se de dejaba engañar… incluso los que vestían de blanco de la cabeza a los pies lo hacían tras una bandera.

Eran las palabras más que las imágenes las que le impactaban, en modo en el que unos pocos demostraban y hasta explicaban sin pudor alguno, su derecho a dar con su libertad en la cabeza de los otros… ¿no tenían acaso los otros derecho a disfrutar de su propia libertad? la cuestión era en el fondo sencilla… no era un asunto de derechos y libertades sino de respeto: respeto a uno mismo y a los otros, respeto a las ideas propias y a las ajenas, respeto a las normas de convivencia de las que hemos dotado a nuestra sociedad, respeto a la historia y también al futuro.

Echaba en falta buenas dosis de respeto y le sobraban en cambio tantos tejemanejes… y es que las palabras, cuando además de seducir mentían, se convertían en armas terribles… claro que nunca tan poderosas como cuando tomaban la verdad y la libertad por bandera.



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