Aquelarre.

Érase una vez la historia de una campana que, cuentan, tañía sola conjurando a las brujas en el arenal de Coiro...

El campanero era un tipo extraño, era muy bajito, casi enano, caminaba arrastrando una pierna y con la cabeza siempre inclinada hacia el suelo, apenas hablaba con nadie; la gente lo miraba con desconfianza porque la campana tañía cada sábado a las 12 de la noche y el campanero sólo repetía que él no estaba entonces en el campanario… –¿tañe sola la campana entonces?– le preguntaba la gente y él se limitaba a bajar todavía más la cabeza y alejarse.

El enfado se fue convirtiendo en desconfianza hasta llegar a generar miedo, cuando la campana tañía, incluso cuando lo hacía a su debida hora, los hombres sacaban las camisas de sus pantalones y las mujeres se seguraban de tener a sus hijos, especialmente a sus hijas, consigo. Y es que por aquel entonces era ya un secreto a voces que la campana tañía para, a la medianoche de cada sábado, conjurar a las brujas y a las ánimas…

Ella caminaba cada tarde hasta la playa y miraba al mar, a un horizonte vacío que años atrás se llenara de velas de terror; fue cuando llegaron aquellos piratas a la playa trayendo la muerte consigo… muchas mujeres viudas y madres sin hijos vagaban desde entonces cerca de la playa como si el mar que les trajo la tragedia pudiera de algún modo devolverles la vida.

Aquel día se sentía más inquieta de lo habitual, era sábado, era junio, era San Juan… y habían visto días antes el campanero abrazado a la campana de un modo extraño; él decía que sólo quería proteger la campana y el párroco restó importancia al incidente diciendo que sólo había grabado unas estrellas en la campana.

Su inquietud se tornó en enfado cuando al negarle a su hija un paseo nocturno por la calle ésta montó en cólera de un modo inesperado en una pequeña tranquila y obediente. Pero menos que aquel estallido de rabia podía esperar lo que ocurrió después.

A las 12 de la noche sonó la campana y sintió miedo, ¿sería verdad que tañía sola? ¿sería cierto que lo hacía para conjurar a las brujas? ¿habría algo de verdad en que aquella noche, que era la de San Juan, habría un aquelarre en la playa? leyendas, leyendas… sólo leyendas, se repetía una y otra vez… pero no logró conciliar el sueño.

Tal era su desvelo que se levantó con la excusa de arropar a su hija porque, con el enfrentamiento de la noche anterior, ni tan siquiera se habían deseado felices sueños… entonces descubrió la cama de la niña vacía y, sin pararse a pensar que caminaba descalza y en ropa de cama, salió corriendo a la calle en dirección a la playa.

La niña jugaba junto a la fuente con María, una mujer ya mayor y viuda con cierta fama de bruja a la que ella conocía bien y quería… había perdido a toda su familia tras la invasión pirata, estaba sola en el mundo y vagaba por él sin más razón que el hecho de que su corazón, de forma absurda, todavía latía.

El miedo y la rabia la hicieron gritar, agarrar a la niña del brazo y casi arrastrarla a casa cogiéndola de los pelos; la niña lloraba y se angustiaba más y más ante la desmedida reacción de su madre que, mirando a la anciana María le gritó ¿qué haces ahí de madrugada en noche de aquelarre? ¡te acabarán matando por bruja!. María la miró con lástima sin saber que a tan solo unos pasos de ellas el párroco, temeroso, las observaba acompañado por un inquisidor…

+

Se despertó de repente, inquieta… alterada por los truenos que sonaban junto a su ventana y los rayos que iluminaban su habitación, corrió a cerrar las ventanas y se sentó sobre la cama preguntándose a santo de qué estaba ella soñando con las brujas de Cangas.

Ya por la mañana, más despejada y sin dejar de sorprenderse por el repiqueteo del agua en las ventanas en pleno mes de julio, decidió hacer una escapada de verano a las Rías Baixas… si sus sueños la llevaban allí ¿por qué no seguir sus pasos? al fin y al cabo estaba inmersa en un mundo de trampantojos y ninguno era tan gordo como el que vivieran aquellas pobres mujeres que la inquisición hiciera pasar por brujas.



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