Cuentos ilustrados Mercedes Abad vende casa en Páginas de Espuma.

Páginas de Espuma presenta un nuevo título en su colección de cuento ilustrado: la última obra de Mercedes Abad, ‘La casa en venta’.

A las afueras de la ciudad, casi al borde del mar, una casa vacía espera al fin ser ocupada. Por sus salas desnudas y estancias deshabitadas circulan los diferentes candidatos a poseerla. No todos son de su agrado. Aunque, tampoco les presta excesiva atención. Hace tiempo que “prefería atrincherarme en la indiferencia. Bastantes decepciones había sufrido ya a lo largo de los siete años que llevaba construida y por vender. Siete años vacía, siete años desnuda, siete años clausurada”, murmura. Y es que La casa en venta de Mercedes Abad no es una vivienda cualquiera.

He construido la casa como un cuerpo que palpita, vibra, ve, oye, huele, se estremece bajo las pisadas de las distintas personas que la recorren, se siente acariciada o maltratada”, explica la propia autora en una entrevista concedida a Páginas de Espuma, la editorial que publicará el libro el próximo 24 de junio. El cuento bellamente ilustrado por Álvaro Ardévol narra a través de la voz de la vivienda —en principio desocupada— toda una historia humana: la de la propietaria del piso.

Mercedes Abad es escritora, traductora y periodista. El despegue de su carrera literaria comienza en 1986 tras ganar el premio de narrativa erótica La sonrisa vertical, con su libro de relatos Ligeros libertinajes sabáticos. Desde entonces, los relatos son su medio preferido, aunque durante estos años ha publicado dos novelas, Sangre (2000) y El vecino de abajo (2007), y un ensayo humorístico bajo el título Sólo dime dónde lo hacemos (1991). Sus colaboraciones en El País han sido recopiladas en el volumen periodístico Titúlate tú. Pero no queda ahí la cosa literaria de esta escritora catalana: también ha experimentado con el teatro y el cine en diversas ocasiones.

Álvaro Ardévol, nacido en Barcelona en 1958 y educado para el ejercicio de una profesión tradicional, lleva más de dos décadas dedicado al dibujo, la música y la ilustración. Empezó a estudiar arquitectura en la Universidad de Barcelona, pero acabó licenciándose en Pintura en la Facultad de Bellas Artes. Ya entonces colaboraba en cortos cinematográficos y espectáculos teatrales. Experimentó con la música y el cine abstracto hasta que, con la llegada de las nuevas tecnologías, halló su verdadero nicho artístico: un punto de encuentro entre la poesía, la música, la pintura y la imagen.

Volvamos a la casa mágica que vende Abad. ¿Mágica? Sí. Porque es a través de las letras como nos embruja esta autora exquisita e irónica. Comenzando por el punto de vista narrativo, la escritora nos sorprende con una voz nada convencional, pues no escuchamos a los posibles compradores ni al agente inmobiliario encargado de la venta. Es la casa la que opina, la que siente, la que se ríe y se enfada. Ella, ese ser inmaterial convertido en ente humano, es capaz de hacernos cómplices de sus reflexiones e inquietudes.

Cuenta Abad que en la génesis del libro era la propietaria la protagonista, pero se atascó. No había manera de avanzar hasta que, como afirma Mario Vargas Llosa en La orgía perpetua, “un libro se convierte en parte de la vida de una persona por una suma de razones que tienen que ver simultáneamente con el libro y con la persona”. Eso debió sucederle cuando cayó en sus manos la novela de Manuel Mujica Lainez, La casa. Ella misma reconoce que fue dicha obra la que le “regaló el punto de vista”, la que le hizo comprender que no quería narrar a partir de la experiencia humana, sino desde la material. Fue entonces cuando la escritora se convirtió en casa. Una casa que todo lo sabe, que todo lo ve.

El libro también ofrece una lectura diferente, una reflexión sobre la gentrificación, la expulsión de la gente hacia la periferia a causa de los precios exorbitados de las viviendas. Abad dibuja un retrato social repleto de ironía y critica abiertamente ese sentimiento hedonista que embarga a gran parte de una clase media progre, más pendiente de la apariencia de modernidad e intelectualismo que de la realidad. Admite que se refiere a su propia generación, la que cumplió los 20 durante los ochenta, la que “lo único que nos hemos tomado realmente en serio es el arte, la cultura y la fiesta. Y porque muchos de los mejores de esa generación murieron de sida o de sobredosis o se quedaron colgados de un viaje de ácido”.

En cualquier caso, este maravilloso diálogo establecido entre texto e imagen, entre Mercedes y Álvaro, es una invitación demasiado poderosa para rechazarla; demasiado tentadora para no dejarse atrapar entre los muros de esta casa viviente, personaje y narradora al tiempo.

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