Adelanto editorial Cuando Rachel Cusk retrató su divorcio.
Rachel Cusk relata en 'Despojos' el impacto emocional y vital que supuso la ruptura de su matrimonio. Disecciona a punta de bisturí conceptos como la maternidad, la pareja, la fragilidad.
Estamos en 2012. La escritora canadiense Rachel Cusk lleva tres años divorciada, ha reconstruido su vida al margen del matrimonio y decide publicar su experiencia personal durante la ruptura. En ese contexto vital nace Aftermath, traducido al español como Despojos por Catalina Martínez Muñoz, que Libros del Asteroide publicará el próximo 1 de junio.
Si alguien piensa que se trata de una reivindicación al uso, se equivoca por completo. Desde las primeras páginas, el libro resulta desconcertante, tanto por la lógica ilógica de la autora como por sus reflexiones con respecto a la maternidad y los roles tradicionales del matrimonio.
Cusk nació en Saskatchewan (Canadá), se crio entre Los Ángeles y Londres, donde se mudó su familia definitivamente en 1974. Estudió en Oxford Filología Inglesa. Poco después, en 1993, debutó como escritora. Tenía entonces veintiséis años y Saving Agnes, le valió el Premio Whitbread (Premios Costa Book, desde 2005) a la novela revelación. Se trata de una obra de iniciación que aborda la necesidad (o no) del amor en pareja y la importancia de la apariencia física. Ya en este primer texto se deja entrever una trayectoria hacia el cuestionamiento del papel de la mujer, la autoconfianza, la culpabilidad o la independencia. También su tendencia a la metáfora y el aforismo inteligente salpicado de ironía, cierta acidez emocional y su personal poder para sentenciar.
Rachel Cusk es una escritora controvertida, sobre todo cuando escribe desde su experiencia vital. A Life’s Work (2001), sobre la maternidad, incendió la crítica a causa de las polémicas manifestaciones al respecto. Once años después, con Despojos, supera las expectativas del escándalo desatadas con la obra anterior. Tan potente fue el debate en Reino Unido, tan intensas las críticas y los ataques personales contra ella, que la autora tuvo que detenerse, tomar aire y reflexionar antes de volver a escribir. Durante unos meses se sintió incapaz de crear y cuando retomó su profesión mostró un profundo cambio estilístico sobre todo en lo relativo al enfoque de la subjetividad.
De aquel ciclo de cavilaciones y vuelco del punto de vista narrativo surgió como una especie de tormenta catárquica la trilogía Outline: A contraluz (2014), Tránsito (2016) y Prestigio (2018), también publicados por Asteroide.
Volvamos a los Despojos y los oscuros surcos entre los que chapotea su separación, la vida que en pocas semanas se había desarmado “como un puzle convertido en un montón de piezas con los bordes recortados”. Sólo esta frase define el desbarajuste que va a ir dibujando a continuación: “la nueva realidad”, escribe, y parece en este tiempo como algo premonitorio y ajeno al relato.
Hay que tener en cuenta que no se trata de una narración lineal.
Cusk introduce de pronto retazos de su infancia, memorias de una casa al borde del mar, momentos en la puerta del colegio de sus hijas…, sin orden aparente, que enreda el curso de la lectura. Pero no. Poco a poco, las piezas de ese puzle hecho añicos se van recolocando ante la vista del lector. No es evidente. Es preciso pillar el truco de esa escritura elíptica, tan perturbadora, que refleja una situación (una personalidad) desmantelada. No vale perder el hilo, hay que retroceder y avanzar al ritmo que marca la autora.
El ex marido de Cusk —cuyo nombre no se menciona en la obra en ningún momento— fue un reconocido abogado que abandonó su profesión para dedicarse al cuidado de sus hijas. Ambos acordaron que él se asumiría las cargas del hogar, mientras ella se entregaba casi por completo a la escritura.
No pretendía trastocar los roles. «Mi idea era que viviéramos juntos como dos híbridos, cada uno de nosotros mitad hombre y mitad mujer«. Así fue. Durante los trece años que duró el matrimonio, Rachel Cusk asume el papel de marido que mantiene a la familia y publica varios libros. Pero cuando todo cruje y su cónyuge reclama los derechos de una esposa que se queda en casa, ella se revuelve –“son mis hijas”— y pretende retornar a la forma ancestral. En ese momento se desatan todas las iras, los odios, los conflictos que mancillan definitivamente muchas de las relaciones apagadas. La de Cusk, desde luego. Y no oculta.
La narración se desarrolla con constantes alusiones al mundo clásico, a las grandes tragedias griegas que tanto entusiasman a sus hijas, a la mitología, que la escritora convierte en alegorías del matrimonio, la desafección, la familia, la civilización, el poder, la masculinidad, la feminidad. No deja títere con cabeza ni convención social por cuestionar, incluido su propio feminismo.
Las contradicciones asaltan el camino de la coherencia, del arraigo cultural y la tradición, pero también desintegran los principios de la transgresión. Como se pone del lado de la intuición, más de una vez se la lee con estupor: no siempre es fácil interpretar sus paradojas. Sin embargo, ella no escribe entre comillas, sino en picado. No prescinde de la verdad —por desgarradora que sea—, sino del eufemismo, del “relato”. Y otra vez la palabra me devuelve a la confusión que vivimos ahora mismo.
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