Un giro inoportuno.

El giro de volante que cambiaría para siempre la historia del siglo XX.

El reloj marcaba las doce cuando el archiduque y su esposa partieron del Ayuntamiento. A su paso, saludaban a los pocos curiosos que se habían congregado en las engalanadas aceras, aunque la mayoría permanecían ajenos e indiferentes a cualquier entusiasmo. A la altura del Puente Latino, el Gräf & Stift Double Phaeton conducido por Franz Urban giró a la derecha, hacia la calle Gebel, un error que intentó enmendar haciendo circular la limusina lentamente marcha atrás. En ese momento, un levantisco estudiante que se dirigía a la cafetería Moritz Schiller, vió con asombro como se acercaba lentamente el odiado heredero de la dinastía Habsburgo. No lo dudó, echó mano de su pistola y disparó dos veces. Aquel domingo de verano de 1914 el cielo se encontraba despejado y soplaba una suave brisa, si bien pocos podían advertir que pronto estallaría la más terrible de las tormentas.

El archiduque Francisco Fernando debía saber que ese mismo día se celebraba el día nacional de Serbia, aniversario de la humillación sufrida en 1839 por los serbios a manos de los turcos en la batalla de Kosovo. Lo que quizás ignoraba era que pese a todo, un valiente soldado serbio había conseguido asesinar al sultán en su tienda, estímulo suficiente para perpetuar las nunca satisfechas reivindicaciones de la Gran Serbia que ahora deseaba por todos los medios librarse por la fuerza del dominio austriaco.

El detonante de la Gran Guerra fue la bala disparada al cuello del heredero por Gavrilo Princip, un levantisco nacionalista serbio de la organización Mano Negra. Pero el origen de un conflicto de esa magnitud, en una época en la que confiadamente se hablaba de progreso, prosperidad y esperanza, no se explicaría sin entender la larga serie de disputas larvadas desde mucho tiempo atrás. Francia, resentida desde que en la guerra Franco-prusiana los alemanes se anexionaran los territorios de Alsacia y Lorena. Alemania, irritada por no ocupar el lugar en el mundo que le correspondía, pese a ser una gran potencia industrial y un referente universal de la ciencia, la filosofía y el arte. El militarismo germano, interpretado en Gran Bretaña como un desafío a su incuestionable dominio mundial desde los tiempos de Trafalgar. Y Rusia, con sus puertos del Báltico inutilizados por el hielo en invierno mientras que los del mar Negro se encontraban amenazados por los turcos en el Bósforo, con los Balcanes como salida prioritaria al mar. Al tiempo, el Imperio Austrohúngaro gobernaba un variado y complejo mosaico de pueblos siempre dispuestos a rebelarse.

Situada en un valle rodeado de colinas y altas montañas a orillas del río Miljacka, Sarajevo fue fundada en 1461 por el turco Isa-Beg Ishaković, que le dio el nombre de Saray Jedive, Palacio del gobernador. Consciente de que estaba creando una gran ciudad, además de su palacio construyó la primera mezquita como centro que posibilitaba el encuentro entre Oriente y el Occidente. Sarajevo, La Damasco del Norte, representa la ucronía de aquella Europa que pudo haber surgido del sincretismo entre las civilizaciones cristiana y musulmana. Según anotó minuciosamente Evliyá Çelebí en su Libro de Viajes, de las numerosas ciudades con el nombre de Saraj que en el Imperio Otomano había, Sarajevo es sin duda, la más bella.

Después de los disparos, la policía bosnia detuvo sin dificultad a Gavrilo Princip, que moriría en prisión víctima de la tuberculosis en 1918, año en que acabó la guerra. Tras la derrota y desaparición del Imperio Austrohúngaro, el Puente Latino pasó a denominarse Puente Gavrilo Princip. Para muchos historiadores, el siglo XX comenzó un 28 de junio de 1914 en Sarajevo. Y también terminó en 1992, cuando el sueño de la Gran Serbia en forma de limpieza étnica, volvió al corazón de Europa.



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