El queso y los gusanos, la particular cosmogonía de Menocchio el molinero.

La asombrosa historia de un molinero del siglo XVI que se convirtió en mártir de quienes luchaban por mantener la hegemonía.

Antes era válido acusar a quienes historiaban el pasado, de consignar únicamente las gestas de los reyes. Hoy día ya no lo es, pues cada vez se investiga más sobre lo que ellos callaron, expurgaron o simplemente ignoraron. ¿Quién construyó Tebas de las siete puertas? pregunta el lector obrero de Brecht. Las fuentes nada nos dicen de aquellos albañiles anónimos, pero la pregunta conserva toda su carga.

Carlo Ginzburg. El queso y los gusanos.

El molinero Domenico Scandella, al que llamaban Menocchio, había nacido en 1532 en la montañosa Montereale Valcellina, pequeña aldea de la región de Friuli, en la Italia septentrional. Casado y padre de once hijos de los cuales habían fallecido cuatro, la lectura de Dante, Boccaccio y Servet había alimentado tanto la imaginación del molinero que en 1583, con apenas 52 años, fue denunciado ante el Santo Oficio por hacer proselitismo en contra de la Iglesia y de Cristo. A pesar de que Menocchio se presentó voluntariamente ante los inquisidores, el franciscano Fra Felice da Montefalco le hizo arrestar y trasladar encadenado a la cárcel de la Inquisición en Concordia Sagittaria. En su primer interrogatorio no mostró dificultad en confesar una sorprendente lista de lecturas, así como en dar una inesperada, retorcida y laboriosa respuesta sobre el origen del universo y de la propia humanidad: Al principio este mundo no era nada, y del agua del mar fue batida como una espuma, y se coaguló como un queso, del cual luego nace gran cantidad de gusanos, y estos gusanos se convirtieron en hombres, de los cuales el más poderoso y sabio fue Dios.

En el juicio, Menocchio no sólo aireó su muy particular visión cosmogónica sino también sus dudas acerca de la virginidad de María y del comportamiento poco misericordioso de la Iglesia, entre otros asuntos delicados. La audacia de sus afirmaciones alcanzó tal grado que el desconcertado jurado tanteó si se encontraba ante un loco, por lo que uno de los hijos de Menocchio aprovechó para difundir que había razones para tomar a su padre como tal. Sin embargo, el Santo Oficio no le creyó, pues aquel hombre pedía perdón pero no renegaba de nada. Menocchio fue condenado a abjurar de la herejía y a realizar diversas penitencias emparedado entre los dos muros que limitarían el universo para el resto de sus días. Como el reo cumplió con el castigo durante tres años, la pena se conmutó por otra menor, permanecer en su pueblo natal como cárcel perpetua. En Montereale, el molinero friulano fue nombrado camarero de la iglesia de Santa María y a la vez logró permiso para ejercer diversos oficios además del de molinero, como maestro de escuela, segador, e incluso guitarrista.

Con el tiempo el piadoso Menocchio abandonó toda prudencia y volvió a compartir sus fantasías con quien él creía que estaba capacitado para entenderlas. Habían transcurrido más de quince años desde la primera vez que fue interrogado, tenía 67 años y había encanecido. Nuevas denuncias provocaron un segundo proceso, el último. Menocchio fue declarado relapso por unanimidad y se dictaminó que el sentenciado fuera sometido a tortura hasta arrancarle el último nombre de sus cómplices. Convertido en miembro infecto del cuerpo de Cristo, el papa Clemente VIII exigió su muerte. Por aquellos mismos días terminaba en Roma el proceso contra un ex fraile, Giordano Bruno, que como Menocchio moriría en la hoguera por orden del Santo Oficio.

Puede sonar a novela histórica, pero El queso y los gusanos no es una novela sino uno de los mejores ensayos de historia que alguien puede leer. Publicado en 1976, su autor, el historiador Carlo Ginzburg, había expurgado durante meses los documentos referidos al caso de un molinero friulano del siglo XVI encontrados casi por azar en los archivos de la Inquisición. Escrito con un notable estilo literario, el ensayo nos presenta la figura de Domenico Scandella que en el curso de su vida formó una singular visión del mundo, el conglomerado de ideas y fantasías que con audacia y firmeza explicó a sus jueces. Dos grandes acontecimientos históricos hicieron posible el caso del curioso molinero, la invención de la imprenta y la Reforma protestante. La imprenta le dio la posibilidad de confrontar lo aprendido en los libros con la tradición oral en la que se había criado, y le dio las palabras para dar forma a lo que sentía. La Reforma le dio el coraje para comunicar con nobleza sus sentimientos a todo el que quisiera escucharle, incluso la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición. La abrumadora ruptura que suponía el fin del monopolio de la cultura escrita por parte de los doctos y del monopolio de los clérigos sobre los temas religiosos creó una situación nueva. Menocchio, Giordano Bruno y miles de personas más se convirtieron en mártires de la estrategia puesta en marcha por las clases dominantes de la sociedad en su intento de mantener la hegemonía.

Casi cuatrocientos años después de la muerte de Menocchio el molinero, Ginzburg consiguió acercarse al pensamiento de un individuo que nació en una cultura casi exclusivamente oral y que como tantos otros millones de personas que estaban destinados a no dejar huella o a dejarlas muy deformadas. Los mismos que protagonizan el célebre poema Preguntas de un obrero que lee que Bertolt Brecht escribió en 1935 durante su exilio en Dinamarca. ¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?… ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?… Tantas historias. Tantas preguntas aún por contestar.



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