Mateo Alemán.
Desde la imagen nos observa, con gélida mirada, un hombre maduro, de nariz aguileña y frente amplia...
Desde la imagen nos observa, con gélida mirada, un hombre maduro, de nariz aguileña y frente amplia, pelo corto, con bigote y domada perilla. Viste con elegancia cortesana, con gola y puntillas. Resulta algo grotesco, quizás una caricatura que debe ser interpretada. Con el índice de su mano derecha señala hacia un emblema con una serpiente y una araña cuya leyenda es ab insidiis non est prudentia, la prudencia de la serpiente no es suficiente para el acecho de la araña que con su veneno mata, diría Plinio. Algo así como aquel ¡Cuidate de los idus de marzo!, advertencia lanzada a Julio César por un desdichado ciego inmortalizado por Plutarco. Y poco después, César cayó asesinado desconcertado por una traición inesperada. ¿Cabe preguntarnos si, medio siglo antes de Hobbes y su Leviathan, la extraña figura nos está insinuando que el hombre es un lobo para el hombre?. No es casual; como tampoco lo es, que su mano izquierda se apoye en un libro sobre el que se lee Cornelio Tácito, historiador romano para el que la historia era un vehículo para extraer verdades morales.
Es el grabado que hizo Pedro Perret por encargo de Mateo Alemán para certificar la autoría de sus obras desde el primer Guzmán de Alfarache, posiblemente el primer bestseller de la historia, obra con la que un Alemán ya entrado en años irrumpía en la literatura universal. Y quienes lo lean, comprenderán que ese libro no podía ser escrito nada más que por un hombre maduro, con un bagaje mínimo en su haber, con experiencia vital suficiente. Como Cervantes con su Quijote.
Entre esos conocimientos que sólo da la vida, Mateo Alemán desempeñó en 1593 el cargo de juez visitador en las minas de azogue –mercurio- de Almadén, concesión regia a la familia de los Fúcares para la que se desviaba mano de obra gratuita en forma de galeotes. Su misión como juez, comisionado e itinerante, era comprobar si las condiciones en cuanto al número de condenados y la atención que se les prestaba en tan insalubre oficio, se ajustaba a la autorizada por el rey católico Felipe III. Desde el primer momento, se encontró con la oposición frontal de Juan Jedler, agente de la familia en el Campo de Calatrava. Con intención de mantener vuestra atención y para el que no lo sepa, Fúcares es la castellanización de Fugger, familia de comerciantes y banqueros alemanes, dueños por aquel entonces de las finanzas del imperio español. Banqueros alemanes manejando dineros ajenos es algo que debe sonarles.
El Informe secreto que redactó Mateo Alemán tras cincuenta días de estancia en Almadén es resultado del interrogatorio a los presos y a otros miembros del personal que trabajaba en la mina. En él, dejó testimonio de que el trabajo que se les asignaba a los galeotes era el más duro y que se les castigaba con crueldad atandolos en cueros a la ley de vayona… A este problema se le sumaba otro mayor y era la enfermedad y las quemaduras graves por hacer entrar a los forçados en el dicho horno del que salian quemados y se les pegauan los pellejos de las manos a las ollas y las orejas se les arrugauan. O lo más grave aún, si cabe pues la muerte era un alivio, que muchos perdían la razón, es decir, se azogaban, morian syn juicio y haziendo vascas como hombres rauiosos.
El esfuerzo que supuso certificar su autoría a través del grabado no evitó que, al calor de la fama o la soldada, se le plagiara en numerosas ocasiones. Mateo Alemán murió en México, tierras de Nueva España a las que quizás huyó buscando una vida más cómoda, a pesar de que, ahora se ha sabido, murió en la indigencia, recibiendo allá un entierro de Caridad. Aún hoy, sus hermanos de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla honramos su recuerdo. A pesar de su rentabilidad, las minas europeas como la de Almadén se cerraron por la Unión Europea en 2003 por la peligrosidad que supone el mercurio para la salud.