El odioso té, la peor de las plagas.
Con el 'Motín del té', el Imperio británico descubrió el escaso control del que gozaba sobre sus prósperas e indisciplinadas colonias americanas.
¡Friends! ¡Brothers! ¡Patriots!…That worst of plagues, the detested tea shipped for this port by the East India Company, is now arrived in this Harbor: the hour of destruction or manly opposition to the machinations of tyranny stares you in the face. Every friend to his country, to himself and posterity, is now called upon to meet at Faneuil Hall at nine o’clock this day (at which time the bells will ring) to make a united and successful resistance to this last, worst and most destructive measure of administration.
Esta fue la llamada al levantamiento popular que publicó el Massachusetts Spy Journal de Boston el 2 de diciembre de 1773, mientras el Dartmouth y el Eleanor, fondeados en el embarcadero de Griffin, esperaban a que arribara el tercer brig de la Compañía, algo que sucedió unos días después. A la mañana siguiente de la llegada del Beaver, los bostonianos se arremolinaron en el puerto, hasta que a las cinco de la tarde, cincuenta hombres disfrazados de mohawk asaltaron los navíos. Durante unas horas lanzaron al agua 342 cajas de té. Mientras el cargamento se hundía, alguien debió pensar que con él se hundía bastante más que té.
Unos años antes, el Tratado de París que puso fin a la Guerra de los Siete Años –disputada por Francia e Inglaterra durante décadas por el control de la hegemonía mundial y que tuvo en América uno de sus principales escenarios– había facilitado nuevas posesiones al imperio británico que, sin embargo, superaban sus posibilidades económicas para mantenerlos. Por este motivo, a partir de 1763 el parlamento metropolitano decidió aprobar una batería de medidas para aumentar los ingresos sobre todo a través de la fiscalidad impositiva sobre las importaciones que las Trece Colonias tenían sobre productos considerados de primera necesidad, como textiles, azúcar, pintura, vidrio, papel o té. Si no fuera suficiente, la despreocupada actitud frente a los francófonos católicos transferidos por Francia y decretos como el de Allanamiento o el de Alojamiento, mostraban un evidente cambio de formas del gobierno de Jorge III que agraviaba aún más a sus súbditos americanos.
Los despropósitos de un rey que nunca llegó a entender el problema colonial despertaron la conciencia nacional en algunos sectores de la sociedad norteamericana, tradicionalmente desafecta e indisciplinada a los dictados de Londres. Las colonias no estaban dispuestas a obedecer los deseos del parlamento de Westminster, pues difícilmente éste podía legislar sobre unos territorios que no tenían representación en él. A la espera de que Thomas Paine divulgara sus derechos en Common Sense, los Sons of Liberty de Massachusetts conducidos por Samuel Adams se encargaron de entorpecer las importaciones inglesas y agitar a la población.
Pronto la mecha prendió en el árbol justo de la libertad, oligarcas y masas populares con intereses contrapuestos unidos contra la mano de hierro de la opresión. Algo de lo que no se habla tanto es de que el Tea Act y el monopolio de la East India Company colisionaban directamente con los intereses de aquellos cuyo negocio más preciado era el contrabando de té a través de buques holandeses. Sin embargo, a pesar de que el té sería más barato, los Sons of Liberty no permitirían descargar té británico en Boston. La dura represión posterior no haría más que confirmar la certeza de que rebelarse contra el tirano es obedecer a Dios.
Dickens comenzaba su Historia de Dos Ciudades con un era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, quizás una metáfora sobre el nacimiento de dos culturas revolucionarias diferentes. Una desembocó en el Terror jacobino, la otra, en el Primer Congreso Continental tras la rebelión desencadenada a partir del Boston Tea Party de aquella fría mañana del 16 de diciembre de 1773 que supuso el comienzo de una primera oleada descolonizadora que incluyó al resto del continente medio siglo después.