El gorro de Gottwald.

De cómo se reconstruye la memoria en beneficio del olvido.

En febrero de 1948, el líder comunista Klement Gottwald salió al balcón de un palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de personas que llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja…Gottwald estaba rodeado por sus camaradas y justo a su lado estaba Clementis. La nieve revoloteaba, hacía frío y Gottwald tenía la cabeza descubierta. Clementis, siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a Gottwald. El departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la fotografía del balcón desde el que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los camaradas a su lado, habla a la nación …Cuatro años más tarde a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El departamento de propaganda lo borró inmediatamente de la historia y, por supuesto, de todas las fotografías. Desde entonces Gottwald está solo en el balcón. En el sitio en el que estaba Clementis aparece sólo la pared vacía del palacio. Lo único que quedó de Clementis fue el gorro en la cabeza de Gottwald.

En la escena inicial de El Libro de la risa y el olvido, Milan Kundera nos relata este episodio de la historia de Checoslovaquia, un discurso de esos que corresponden a instantes decisivos que ocurren una o dos veces por milenio, en este caso, la instauración del régimen comunista en Checoslovaquia después de la caída del nazismo. La escena resultaría una anécdota si en ella no reparáramos en la presencia de lo traumático, de cómo se reconstruye la memoria en beneficio del olvido. Olvido que en este caso no es ausencia, sino la presencia de esa ausencia, la representación de alguien que estuvo pero ya no está, negado, borrado, silenciado.

La vieja Ley Campoamor – …en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira…– se adelantó al postmodernismo en la negación de la existencia de hechos objetivos. La Historia, como ciencia, debe buscar la verdad de los hechos y tender a la asepsia científica, a la neutralidad, ser como la definió Polibio maestra de vida, luz de verdad. No obstante, la deformación de la realidad por el color del cristal con el que se mira, impide alcanzar la neutralidad deseada; los factores políticos, sociales y culturales condicionan la interpretación de los hechos. Si, la Historia es una ciencia pero proporciona un conocimiento imperfecto, a veces precario, generalmente discutible y no del todo inocente.

En cambio, es inexcusable que la Historia sea antitética a las llamadas historias oficiales, aquellas que son un producto del poder creado con el fin de legitimar su dominio, aquellas que, en virtud de una necesidad instintiva, exigen la manipulación y justifican la existencia de un régimen. En el siglo XX, los intentos más dramáticos y crueles de reconstrucción histórica nos los han proporcionado los países del socialismo real, como es el famoso caso de las fotos de Trotsky en las que aparecía junto a Lenin, sustituido en algunas de forma grotesca por el camarada Stalin. Algo similar le ocurrió al ministro Vladimír Clementis cuatro años después del discurso del presidente Gottwald. También, algunos dirigentes chinos purgados tras el ajusticiamiento de La Banda de los Cuatro quedaron presentes en su ausencia en las imágenes oficiales del entierro del Gran Timonel. Un perpetuo trabajo de reconstrucción histórica según la necesidad instintiva del poder en la línea maoísta de una historia para la revolución.

Sin embargo, sería extremadamente cándido presumir que las historias oficiales aparecieron y prosperaron bajo determinados regímenes políticos, porque en realidad, la necesidad instintiva de manipular la realidad ha existido siempre. ¿O acaso, cualquiera de los orondos bisontes de Altamira no tiene las patas y los cuernos demasiado cortos, representados distraídos en su momento de máxima fragilidad e indefensión, revolcados en su propia orina para marcar su territorio?.



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