Esperando a Godot.
Cuando en 1953 se estrenó en París Esperando a Godot, casi nadie sabía quien era Beckett, salvo quizá otro irlandés genial, James Joyce.
El texto que quiero comentar hoy tiene una particularidad que roza la genialidad. Cada vez que leemos un libro, sea novela, ensayo, poesía, teatro,…, sea cual sea su género literario siempre buscamos ese momento de dispersión, de disfrute. Es obvio que cualquiera de nosotros buscamos una diversión en la lectura que nos lleve a evadirnos de nuestros problemas, nuestros fantasmas y nos deje en un estado de semi – inconsciencia, hasta que volvemos a la realidad.
Pues bien, Esperando a Godot, de Samuel Beckett es lo contrario a todo esto. En una obra de teatro en 2 actos, el autor, más allá de liberarnos de nuestra mentalidad cotidiana, nos mete de lleno en varios conflictos mentales que podrían llegar a dejarnos sin aliento y al borde de la desesperación. Estamos ante la expresión máxima del teatro del absurdo.
Leer una obra de teatro como Esperando a Godot implica comprender en qué contexto y momento histórico la escribió Beckett, pero no vamos a entrar en eso ahora, puesto que convertiríamos esto en una sesión de análisis del texto, cosa que no es el objetivo.
Decía al principio que esta obra tiene una particularidad que roza la genialidad. Cada persona que la lea identificará muchos de sus estados de ánimo, pero sólo los que tiene en el momento de leerla. Y si la leemos una segunda vez, pasado un tiempo prudencial, detectaremos sensaciones diferentes. Es la vida misma, aunque llevada a un diálogo de besugos y situaciones absurdas que encierran potentes mensajes personalizados para cada lector. Lo único que yo veo claro es que en muchas ocasiones pasamos por nuestro tiempo esperando que llegue el momento ansiado, sin hacer nada para encontrarlo, para provocar su llegada. Simplemente esperamos y no nos damos por vencidos. No abandonamos nuestra espera siendo esta actitud la única que logra esconder nuestra desesperanza, creyendo que se presentará la oportunidad, el destino esperado, la solución… mas nunca llega y seguimos esperando. Así les ocurre a los personajes Vladimir y Estragón. Por cierto, si queréis encasillar a alguno de ellos, no os molestéis. Bueno, sí; hacedlo pero para vosotros mismos, porque es imposible crear un estereotipo general. Lo mismo ocurre con Pozzo y Lucky, los otros dos personajes. Sí, no hay más.
Podemos hacer todas las conjeturas que queráis y puedo daros todo tipo de referencias y opiniones; sin embargo no daré con la clave. La única solución a tanta confusión es que lo leáis y juzguéis vosotros mismos. Eso sí, si luego no llegáis a nada, os perdéis en la lectura, sentís ansiedad, tristeza, alegría, esperanza o desesperación, no vengáis a pedirme cuentas, que yo sólo me limito a explicar lo inexplicable – así me va -. Una cosa más que se advierte en la obra: Cuando en el mundo desaparece la creatividad y reina la monotonía y el aburrimiento, crece el pesimismo y la vida empieza a carecer de sentido. Esto genera una gran confusión que lleva a la mente humana a pensar en las situaciones más absurdas y descabelladas. La falta de acción, de iniciativa, de creatividad, ilusión o capacidad para soñar, sólo da lugar a una inmensa confusión. Y como dice Estragón (¿o era Vladimir?) en un momento dado
Sí; en medio de esta inmensa confusión, una sola cosa está clara: esperamos a Godot.
Y lo que es seguro es que cada uno espera a su Godot particular, pero éste nunca termina de llegar…
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Título: Esperando a Godot
Autor: Samuel Beckett
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