Otoño en el Museo del Prado.

El Museo del Prado abre la temporada otoñal con dos exposiciones temporales: 'Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias' y 'La infancia descubierta. Retratos de niños en el Romanticismo español'.

Ahora que la climatología no invita a recorrer las calles sin rumbo ni a instalarse en las terrazas que pueblan nuestro querido Madrid, los museos se convierten en la mejor opción para disfrutar las tardes otoñales. O las mañanas, por qué no. Entre las apuestas artísticas capitalinas, el Museo del Prado se sitúa en los primeros puestos de todas las quinielas. No sólo por la inmensidad de su colección permanente. Las exposiciones temporales nos permiten empaparnos de arte en pequeñas dosis, explorar mundos pictóricos desconocidos, descubrir esos otros grandes pintores eclipsados por la rotundidad de los maestros universales. Las dos primeras ya han cruzado la línea de salida otoñal. Inmaculadas y niños toman las salas 10 y 60 del museo ofreciéndonos diferentes interpretaciones artísticas: la religiosidad barroca, la infancia burguesa del Romanticismo.

Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias.

El pasado 3 octubre, el Museo del Prado inauguró el otoño con una exposición consagrada a las Inmaculadas. Tema habitual entre los artistas de nuestro Siglo de Oro para expresar los ideales de belleza femeninos. Se trata de una delicada selección de pinturas que celebra de nuevo la generosa donación que Plácido Arango Arias —presidente del Patronato del Museo entre 2007 y 2012— realizó al museo el año pasado. Un total de veinticinco piezas entre las que figuran artistas como Pedro de Campaña, Tristán, Zurbarán, Herrera el Mozo o Goya. Cuatro son las Inmaculadas donadas—dos de Zurbarán, una de Mateo Cerezo, otra de Valdés Leal— que forman parte de esta exhibición que se completa con la Inmaculada Concepción de Francisco Herrera el mozo (nueva incorporación a la donación inicial) y la Inmaculada niña de Zurbarán, expuesta junto a su radiografía.

Esta última constituye un puente con la rica tradición de representaciones concepcionistas sevillanas de la segunda mitad del siglo XVII y puede compararse con la Inmaculada de uno de los grandes representantes de esta escuela, Juan Valdés Leal. En ella se percibe la introspección y el recogimiento de una joven María inmersa en un profundo contexto teológico. Al contrario de lo que sucede con la representación de Mateo Cerezo, cuya composición refleja el dinamismo y colorido tan característicos de la pintura barroca madrileña. En cuanto a la virgen de Francisco Herrera el mozo, ofrece una alternativa a la tradición de las representaciones marianas. Y es que la contención emotiva que trasmite no es la habitual.

El conjunto de obras, fechadas entre las décadas de 1630 y 1680, permite comprobar cómo la representación histórica de la Inmaculada Concepción osciló entre dos versiones: la que subraya la intimidad, el recogimiento y la concentración, y la barroca, con composiciones dinámicas y coloristas. Podrá contemplarse hasta el 19 de febrero en la sala 10 A del edificio Villanueva.

La infancia descubierta. Retratos de niños en el Romanticismo español.

Por otro lado, en la sala 60 del museo reina la pintura del XIX con la infancia como protagonista. Ocho retratos del periodo isabelino ponen de manifiesto la extendida fascinación entre la burguesía de la época por las pinturas infantiles. Una tradición que tiene su origen en la Ilustración, cuando comenzó a cultivarse el concepto “infancia” como una edad con valor en sí misma, y que alcanzó su máximo esplendor durante el Romanticismo. Durante este período, los mejores retratos se realizaron en la corte madrileña. Aunque otro núcleo destacado del Romanticismo español fue Sevilla.

La inocencia, la proximidad con la naturaleza, la sensibilidad no contaminada sobrevuelan estos ocho cuadros en los que se aprecian tanto composiciones clasicistas —como la de Vicente López en el retrato de Luisa de Prat— como modelos más fieles a la condición infantil. Mientras Federico de Madrazo evoca la tradición de Velázquez, Carlos Luis de Ribera y Joaquín Espalter se ajustan al modo burgués europeo representando a los niños en parques. Sin embargo, el Romanticismo sevillano deja entrever claras influencias de Murillo y sus atmósferas doradas, el retrato británico y las actitudes graciosas.

Hasta el 15 de octubre de 2017.

Más información Museo del Prado



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