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De Creta a Toledo, el peregrinaje pictórico de un artista excepcional.

Aunque parezca sorprendente, ésta es la primera Exposición del Greco que se celebra en Toledo.

Cuando Creta formaba parte de la República de Venecia, los iconos bizantinos resurgían como símbolo de la tradición greco ortodoxa y maestros como Bellini, Tiziano o Tintoretto sentaban en Occidente las bases de una de las épocas doradas de la pintura y el arte universal —el Renacimiento veneciano—, un tal Domenikos Theotokopoulos, entonces joven maestro en el arte de la iconografía, inicia su particular aventura mediterránea. Un viaje pictórico tras la estela del color, la perspectiva, la anatomía y las técnicas del arte occidental que tras diversas paradas en ciudades italianas como Venecia, Padua, Verona, Florencia o Roma, terminará en Toledo.

Efectivamente. Hablamos del Greco. Pero no voy a entreteneros narrando cómo conoció a Tiziano, su paso por la Academia tras ser expulsado del círculo intelectual vinculado a Alejandro Farnesio, sus primeros contactos con Felipe II y El Escorial, los problemas con censura y la Inquisición o la elección de Toledo como residencia definitiva en 1577.

Tampoco os voy a contar cómo evolucionó su pintura: los primeros cuadros al temple sobre madera y fondos dorados; la transición hacia el óleo y el lienzo; el paulatino descubrimiento del espacio, la perspectiva y su configuración arquitectónica, el tratamiento del color y la luz, la influencia de Miguel Ángel y la escultura clásica…

Todo eso, a pesar de las escasas fuentes documentales que existen sobre los orígenes y la vida del maestro cretense, ya lo sabéis.

Sin embrago, es curioso que 400 años después de su muerte el mundo entero lo siga conociendo por su apodo italiano (El Greco) cuando allí solo vivió durante diez años —más de cuarenta en España—. Teniendo en cuenta además que él siempre firmaba todas sus obras (incluso los primeros iconos cretenses, algo fuera de lo corriente en la época) con su nombre completo, Domenikos Theotokopoulos, y grafía griega, seguramente con intención de subrayar su origen. Eso dicen. Pero también cuentan que el famoso escultor griego Fidias ya firmaba sus trabajos de esa manera y que el Greco imitándole quería resaltar así su erudición y gran interés humanista.

Y dicen también que Francisco Pacheco —maestro y suegro de Velázquez— y el pintor griego mantuvieron una buena amistad. Tanto que, además de dedicarle una biografía en su libro sobre pintores famosos, el sevillano llegó a hacerle un retrato. Una lástima que libro y pintura se perdieran.

Sobre su carácter paradójico y algo rebelde, su genialidad o su excepcional concepción del arte, la filosofía y la literatura también hay algunas anécdotas como que se hacía acompañar de músicos mientras comía o tuvo la osadía de sugerir a Pío V repintar el Juicio Final de Miguel Ángel. Tal propuesta desató las iras de los romanos y prácticamente tuvo que abandonar la cuidad.

Anécdotas e intrigas aparte, El Greco desarrolló un tipo de pintura individual, excepcional, innovadora, a veces desconcertante entre sus coetáneos, basada en sus propios postulados sobre el arte y su rechazo por el clasicismo. Y que hasta el siglo XX, gracias a artista de vanguardia como Picasso, Rusiñol, Zuloaga o Reiner María Rilke, no obtuvo el reconocimiento merecido: su fuerza, su estilo único y su influencia en numerosos movimientos artísticos posteriores.

Y que sería imperdonable no disfrutar de las actividades que en conmemoración del cuarto centenario de su fallecimiento —El Greco 2014— museos, bibliotecas e instituciones de toda índole han organizado a lo largo y ancho de España, especialmente en Toledo, su patria de adopción.

Más información El Greco 2014



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