El regalo.
Siempre había tomado la vida como lo que era, un regalo a disfrutar...
Los aromas, sabores y colores, los sonidos y las texturas componían siempre un mundo al alcance de sus sentidos, un universo personal en el que ella bailaba y reía, sentía, elegía y disfrutaba… disfrutaba incluso el dolor, nunca en sí mismo, pero sí en su contraste con la alegría y con todas las sensaciones bellas que surgían en su ánimo al baile y son de los aromas, sabores y colores, los sonidos y las texturas.
-Y todo porque la vida es sentir– pensó –y es, en su forma y en su fondo, un regalo-.
El pequeño paquete había llegado días después de los Magos, como si se hubiese caído de la alforja de alguno de los camellos y hubiese encontrado el camino a casa. Acarició el envoltorio con su lazo y un discreto felicidades antes de comenzar si quiera a pensar en abrirlo, porque abrirlo era como desvelar la vida, desnudarla a sus ojos y emociones sin dejar ya espacio al sueño.
Claro que sabía que ese desvelar era también parte del juego, el pasado sólo podía ser recordado y el futuro únicamente soñado, era el presente el que se desvelaba cada día, a cada instante, sintiéndose con una intensidad que desconocía futuro y se perdía en el pasado. Y es que esa era otra vertiente de la vida, el tiempo… y era ya tiempo de abrir aquel pequeño paquete.
Desveló su regalo… y sonrió al ver unos deliciosos macarons parisinos; no había nota, nada que añadir a la explosión de color dulce compuesta para su puro deleite; los disfrutó evocando a cada bocado otros lugares, otros momentos y otros tiempos, recordando calles de París y melodías de película, besos de amor y promesas por cumplir.
Observó después la caja vacía y la sintió como la vida, un regalo efímero a disfrutar en todos y cada uno de sus macarons.