El mediterráneo a las puertas del Sáhara.

Hay viajes que empiezan al norte, otros terminan en él…

Hay viajes que empiezan al norte, otros terminan en él…

Subes una calle empedrada, sin aceras, plagada de pequeñas tiendas de artesanía, cuadros de luz mediterránea, poetas y artistas bohemios, vendedores persistentes y artesanos de la vida… y continúas subiendo, esta vez una escalera de piedra que termina contigo sentado en una alfombra, de Kairouan quizá, saboreando un té de menta con piñones, templado, sientes como tu temperatura se acompasa a la del día y allí, sentado en un rincón mágico de su norte, rememoras su sur.

Estás en Sidi Bou Said pensando en un sur desértico y ardiente, porque Túnez es la puerta del Sáhara y su arena infinita y mínima, casi polvo; arena que un día, miles de años atrás, debió serlo de playa y mar mediterráneo, queda como vestigio de aquel tiempo Chott el-Djerid, el lago de sal desecado más grande del Sáhara que es además sospechoso de ser similar a la superficie de Marte.

Marcianas, o al menos de otro planeta, debieron parecerle a George Lucas las casas de Matmata escavadas en el suelo y la piedra hacia la profundidad de la tierra, huyendo del calor desértico, pues en su interior la temperatura no supera nunca los 20C; más allá de ser el escenario de algunas escenas de la Guerra de las Galaxias, Matmata es un museo viviente, los vestigios de los bereberes se mantienen como muestra de su paso y ser de Túnez pero no quedan apenas ya nómadas, se han instalado en los oasis del sur, palmerales, gargantas, cascadas… lugares tan exóticos que parece imposible que unos pasos más allá de ellos habite el Sáhara.

Pero el sur ya ha quedado atrás, y sales del centenario Café des Nattes, bajas la escalinata de piedra y paseas sin miedo a perderte, alejándote de la calle principal que emula a un zoco, porque Sidi Bou Said es tan pequeño que dicen que se ve en un día, y quizá sea cierto pero ¿cuándo se ha vivido una ciudad en un día? En los habituales circuitos tunecinos Sidi Bou Said es visita de una tarde o medio día, pero si quieres vivirlo, conocer su leyenda y sus rincones has de pernoctar en él. En Dar Saïd, por ejemplo.

Se trata de un hotel en una residencia del S.XIII restaurada con esmerado y cuidadoso estilo; de tan solo 24 habitaciones, sin que haya dos iguales y cuyos baños han sido diseñados como pequeños baños turcos, te enamorarán sus patios, tres de ellos con techo de cristal y decorados con jazmines, buganvillas y las típicas fuentes árabes; sus jardines de cipreses centenarios, su piscina y hamman, la terraza de su restaurante mirando al mar… y su zumo de naranjas tunecinas y mediterráneas.

Tras la cena en Dar Zarrouk, quizá decidas sentarte en alto y frente al mar en el café Sidi Chebaane y quizá alguien te cuente que Sidi Bou Said debe su nombre a un místico del S.XIII que se retiró a meditar a aquel rincón de Túnez, hasta ahí la realidad… La leyenda dice que el místico en cuestión era el mismísimo Luis IX que simuló su muerte al enamorarse de una joven bereber con la que se casó tras convertirse al islam… El santuario, lugar de peregrinaje, en el que descansa el supuesto rey converso, místico y casi profeta está frente del Café de Nattes, lo habrás visto al bajar su escalinata…

Lo que no es leyenda es que Sidi Bou Said no ha sido siempre blanco y azul, lo es por obra, gracia e idea del hijo de un banquero inglés que, con sólo 16 años, fue enviado a pasar el invierno a la calidez mediterránea y tunecina por su escasa salud; se enamoró del lugar hasta tal punto que permaneció ya siempre vinculado a él; la ley que obliga a los lugareños a mantener sus casas pintadas de blanco salvo rejas puertas y ventanas que han de lucir en azul, lleva su nombre, D‘Erlanger, un tipo que tuvo la suerte de enamorarse de una italiana tan loca por Túnez como él y con la que se instaló en Sidi Bou Said construyendo un palacio, que es hoy también un museo, sobre una casita que la esposa comprara secretamente para sí y para su amante esposo.

Y cuando el viaje toque a su fin en el norte, con el aroma especiado y caliente de los zocos y medinas en la piel, con la sorpresa en el alma tras pasear Cartago y El Djem, los mosaicos romanos del museo del Bardo, vestigios todos del pasado fenicio y romano de Túnez, con más de una esencia árabe en tu maleta y más de una alfombra o tapíz de Kairouan, ciudad santa, empaquetándose para viajar tras de ti a España, sabrás que volverás… porque Túnez no es visita de una semana como Sidi Bou Said no lo es de un día, porque sabes que te dejas mucho sin ver y mucho por vivir y porque, al fin y al cabo, no tienes que cruzarte el mundo para sentirlo de nuevo… son poco más de dos horas de vuelo.

Destino: Túnez
Hotel: Dar Saïd



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