Balneario de Brozas. Cuando el lujo es la sencillez.

A veces la vida es tan sencilla como morder una magdalena. Ni cup cake ni leches. Una magdalena. De las de antes. De las de abuela, te las haya hecho alguna vez tu abuela o no. De tienda de barrio, esquina con el domingo por la mañana. Y un café con leche y un día por delante sin más prisas que las normales para que no se te enfríe el café y poder tomarte otra. A veces la vida es así de sencilla. Como mirar por la ventana y ver el paisaje sin pensar en cuanto se tarda en llegar a ningún sitio. A veces la vida es como vivirla en el Balneario de Brozas.

A veces la vida transcurre como un paseo por el tiempo. De Brozas a Alcántara, de los romanos a las iglesias, de los campanarios a las charcas, de la cervecita del alto en el camino al arroz del mediodía. Un salto a Portugal, que a la vuelta comemos unas chuletitas en ese restaurante a cinco minutos de 19 siglos de historia. No hay mayor lujo que pasear de una orilla a otra del Tajo por tanta historia. Y quizás por la tarde visitar Santa María la Mayor de la Asunción en Brozas, una iglesia de esas que huele a perderse en el tiempo. Claro que para tiempo, los 88 años del maestro de obras que terminó de construir la iglesia de los Santos Mártires San Fabián y san Sebastián en los años 60 y que todavía tiene fuerzas, sonrisas y recuerdos para contarlo en el mismo lugar donde subía las piedras para completarla.

A veces el lujo es el sonido de cada paso sobre la arena, eso que nunca oyes un martes por la mañana corriendo a trabajar. A veces la vida es tan sencilla como vivirla a pequeñas cosas. Acercarse al Balneario de Brozas y sus magdalenas, sus comidas, sus masajes y baños, su cercanía a tanta historia en Brozas y Alcántara, sus ventanas a la Dehesa de Extremadura, sus ratos tranquilos, sus hamacas, sus jardines, sus cervezas a las doce del mediodia, ponme unas olivas para ir haciendo hambre. A veces el lujo es tan sencillo como lo sencillo.