Sólo el viento.
A veces hay que ir al cine para ver las cosas que ocurren afuera de los cines.
Muchas veces, buscamos el horror en la fantasía. En monstruos más o menos imaginativos o enraizados en la cultura popular, en historias que discurren en pueblos vacíos o en ciudades asoladas. Muy cómodo todo, pensando en alejar el terror de lo que nos sea cercano. Pero hay terrores y miedos que están demasiado cerca de nosotros y de nuestro día a día. Como el que supone el racismo.
Sólo el viento nos relata ese terror desde el punto de vista de una familia gitana -madre, dos hijos y un abuelo- que vive en Hungría y se ve amenazada por una banda racista. Como cualquiera, intentan vivir de la manera más normal posible incluso con esa tormenta encima de sus cabezas. El trabajo, los estudios, ganarse la vida o el simple subsistir. Dirigida por Benedek Fliegauf y ganadora del Oso de Plata en el festival de Berlín, Solo el viento nos enseña el peor miedo de todos, el que deberíamos tener al monstruo que está dentro de nosotros mismos, de nuestra sociedad. Basada en hechos reales ocurridos en el país magiar a finales de la década anterior, su fotografía, actuaciones y punto de vista de la narración nos trasladan de manera más que efectiva la angustia y la incomprensión de unas situaciones que creemos lejos y que normalmente lo están por que no queremos mirar.
A veces hay que ir al cine para ver las cosas que ocurren afuera de los cines. Y quizás para que algún día haya miedos que se conviertan en mera fantasía.