Shirley: Visiones de una realidad.
Una perspectiva distinta de la habitual con la que visitamos la pantalla grande. Arte al servicio del arte.
Sin lugar a dudas, el cine es, a la vez, el arte más importante y menos importante del siglo XX y lo que llevamos del XXI. No te preocupes, que me explico, aunque debes tener en cuenta la influencia de los calores de agosto en la reflexión. Por una parte, el cine es el arte que más ha influenciado el pensamiento y la historia de nuestro mundo contemporáneo, a la vez que es el más popular, accesible y accedido por todos los sectores de la sociedad, desde el menos culto al más preparado. Sin embargo, esta misma popularidad juega en su contra al ser tratado, en la mayoría de los casos, como un arte menor, desaprovechando así su uso y estudio en la educación, aparte de considerarlo un mero entretenimiento.
Esta reflexión sobre el cine como arte viene a cuento por la llegada a nuestras pantallas de Shirley: visiones de una realidad, una cinta que tiene un mayor tratamiento artístico que de espectáculo, aunque una cosa nunca debería quitar la otra. La película nos muestra la vida de la Shirley nombrada en el título a través de la interpretación cinematográfica de una docena más un cuadros del famoso (y extraordinario) pintor americano Edward Hopper. Se trata pues de una especie de experimento cinematográfico, al que quizás debamos acercarnos con una perspectiva distinta de la habitual con la que visitamos la pantalla grande. Arte al servicio del arte.
El experimento, si así queremos llamarlo, está firmado por el director austriaco Gustav Deutsch, e interpretado por Stephanie Cumming, Christoph Bach, Florentín Groll, Elfriede Irrall y Tom Hanslmaier. Puede que su lugar ideal estuviera más cerca de una Galería de Arte que de una exhibición comercial, pero (y aquí viene a colación la explicación del primer párrafo) ya es hora de que el cine tome el lugar que le corresponde en la Historia del Arte, y en acercarse al público de maneras diferentes a las que parecen establecidas.