Oslo, 31 de Agosto.
Un lugar, una fecha. Un hombre. Tres dimensiones que nos sitúan en una historia.
Un lugar, una fecha. Un hombre. Tres dimensiones que nos sitúan en una historia. El lugar es un Oslo a punto de abandonar el verano, a punto de entrar en el frío, en lo escondido, en lo íntimo. Eso nos dice la fecha, el último día de agosto. Un lugar bello y extraño, lejano. A veces lejano hasta para quién lo conoce. Y una fecha de final, como un domingo por la tarde, como la tarde del día de reyes.
El hombre, la persona que está en Oslo un 31 de agosto es Anders, un drogadicto al que le han concedido un permiso para acudir a una entrevista de trabajo. Lo que para la ciudad vacía, irreal por el verano, es final, para Anders es una especie de comienzo, otro comienzo. El director Joachim Trier nos lleva de la mano, del corazón y de la mirada a través de ese 31 de agosto de Anders en Oslo. Entre su ir y venir, tanto entre las personas y su propia vida como por las calles de una ciudad que es un poco él mismo.
Una película bella y sencilla en sus planteamientos, pero que sin embargo nos regala algo que echamos de menos en demasiados sitios: vida, con sus limitaciones y sus finales, pero vida al fin y al cabo.