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Nueva vida en Nueva York.

Humor vitalista, fresco, pero no exento de las pequeñas tragedias que nos acechan a todos en el devenir diario

En 2002, el director francés Cédric Klapisch sorprendía relativamente (lo de relativamente va porque tampoco es que descubriera una nueva manera de hacer cine, ni la cura de la penicilina) con una película pequeña, pero fresca y entretenida: Una casa de locos (el albergue español, en su traducción original), sobre las peripecias vitales de un grupo de estudiantes de Erasmus en Barcelona. Más tarde, en Las muñecas rusas, Klapisch retomó alguno de los personajes y sus historias para presentarlos ya como treintañeros con puntos de vista, situaciones y personalidades que habían evolucionado.

Pues bien, ahora esos mismos personajes protagonizan Nueva vida en Nueva York, un nuevo film de Klapisch que tras situar las dos primeras películas en la vieja Europa, da el salto a la metrópoli neoyorquina. Xavier, el protagonista de las tres películas, que comenzó como estudiante erasmus en Barcelona, ahora es casi un cuarentón que se ve obligado a mudarse a la ciudad de los rascacielos «persiguiendo» a sus hijos.

Nueva vida en Nueva York mantiene el espíritu de las dos entregas anteriores, un humor vitalista, fresco, pero no exento de las pequeñas tragedias que nos acechan a todos en el devenir diario, y además nos ofrece la posibilidad (muy aconsejable visionar las otras dos películas anteriores, aunque no imprescindible) de asistir a la evolución de personajes como si ya formaran parte de nuestro grupo de amigos y conocidos.



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