Kon-Tiki.

Una balsa de madera que utilizó el explorador noruego Thor Heyerdahl para cruzar el Pacífico en 1947.

En las ocasiones que visitábamos a mi Tía Carmen, yo daba los besos reglamentarios, soportaba los pellizcos y los «quealtoestás» no menos reglados en esos casos, y volaba a la habitación de mis primas, que venía a ser como el cuarto de los tesoros. Tesoros como el tocadiscos de maleta y los singles de Mirinda, y los de Simon&Garfunkel. Aún me se de memoria las primeras frases de El Cóndor pasa. Y los libros. Siempre he sido muy de ver, de tocar, de ojear los libros de las casas ajenas, donde se colocan, si se ven usados, si son muchos, sobre que tratan.

Mi prima tenía muchos libros sobre Arqueología. Libros que contaban historias muy lejanas, de gente más lejana todavía. Y me acuerdo de uno que me atraía especialmente y que trataba de un barco: la Kon-Tiki. Más que un barco, una balsa de madera que utilizó el explorador noruego Thor Heyerdahl para cruzar el Pacífico en 1947, y demostrar que los sudamericanos precolombinos podían haber cruzado el mar para instalarse en la Polinesia. Nada menos que un centenar de días para cruzar 8.000 kilómetros en un «algo» que flotaba.

Ahora nos llega esta historia en forma de película, con el mismo nombre de la embarcación, Kon-Tiki, y la misma nacionalidad del aventurero Heyerdahl, noruega. Y un par de nominaciones a los Oscar y los Globos de Oro como credenciales. Y eso, que estáis muy altos y que os doy un par de besos, y que me piro a la habitación de mi prima a cruzar el Pacífico con unos amigos noruegos.



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