Hannah Arendt.
Hannah Arendt es el nombre de una filósofa alemana y judía que se negó a eso. A no pensar.
«Pienso, luego existo», decía aquel. Y todos estamos de acuerdo. Pero luego miras a tu alrededor, y no sólo hablando de distancias en el espacio, si no también en el tiempo, y caes en la cuenta de que la cosa no es tan fácil, o mejor dicho, lo de existir está bastante claro, pero lo de pensar… como que no tanto. Pensar sobre qué somos, que hacemos, porque lo hacemos. Pensar, por ejemplo, sobre el holocausto nazi más allá del escaparate que siempre hemos tenido delante, no es nada fácil. Demasiado dolor, incomprensión, maldad. Demasiadas ganas de olvidar, de precisamente, no pensar.
Hannah Arendt es el nombre de una filósofa alemana y judía que se negó a eso. A no pensar. Y no le fue fácil hacerlo, ni a los alemanes o a los judíos oír y leer lo que pensaba. Escribió, por ejemplo, sobre el juicio en 1961 de Adolf Eichmann, el principal responsable de la ejecución práctica de la terrible «solución final» del régimen de Hitler. Cubrió para la revista americana New Yorker el juicio, y de sus impresiones y reflexiones surgió el libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, que fue ampliamente rebatido y discutido, como si en realidad pretendiera justificar de alguna manera la actitud de Eichmann, quien se defendía en el juicio aludiendo a su posición dentro de la jerarquía nazi y a la «obediencia debida». Pero el libro, y el concepto de «banalidad» que Arendt maneja es bastante menos obvio que todo eso.
Hannah Arendt es también el nombre de la película que nos presenta la biografía de esta pensadora, reflexiones sobre el famoso juicio incluidas, con una más que buena interpretación del personaje a cargo de Barbara Sukowa, y su correspondiente polémica a raíz de su lanzamiento en Alemania. Pero con polémicas o sin ellas, a veces hay que pararse a pensar, a veces hay que pararse a existir, y acudir al cine a ver esta película no es mala manera de empezar a hacerlo.