El abuelo que saltó por la ventana y se largó.
Con el título... ya está casi todo dicho.
El amigo Forrest Gump se nos ha hecho anciano y sueco. Al menos eso he pensado al conocer el argumento de El abuelo que saltó por la ventana y se largó, una película del mismo país de las rubias que tanto gustaban a Alfredo Landa y a López Vázquez, ese que luego se puso de moda por tener escritores que sacaban trilogías con libros perfectos para usar como ladrillo llegado el caso y con títulos largos que terminaban en «bidón de gasolina» o «no amaban a las mujeres». Lo de los títulos largos debe ser algo sueco, porque esta película también está basada en un libro de enorme éxito por aquellas tierras y con título de los que necesita avituallamiento para leerlo del tirón.
Pero estoy desvariando. El abuelo del título es Allan Karlsson, un centenario que ha vivido (de ahí lo de la comparación con Forrest Gump) una larga lista de experiencias increíbles, conociendo a personajes históricos como Franco, Stalin o Churchill, y desempeñando actividades tan tonificantes como espía o ayudante en la creación de la primera bomba atómica. La ventana que también se nombra es por la que se larga, dejando a las fuerzas vivas de la localidad con un palmo de narices, porque él no quiere homenajes, lo que quiere es seguir viviendo aventuras, a pesar de su edad.
Así, entre miradas a su glorioso y variado pasado y peripecias alocadas en el presente, va transcurriendo la cinta dirigida por Felix Herngreen y protagonizada por Robert Gustafsson, Iwar Wiklander y David Wiberg. Una película para sonreír y también para que aquellos que hayan leído el libro (entre los que desgraciadamente no me encuentro) y quieran comparar ambas versiones de la historia, lo que siempre resulta un experimento interesante. Aunque no sea comparable a tener un centenar de años, haber conocido a Stalin y saltar por la ventana en busca de nuevas aventuras.