Como la vida misma.
Os propongo un documental del británico Bart Layton sobre el caso real de la reaparición de un niño desaparecido durante tres años...
La mayoría de las veces vamos al cine a que nos cuenten historias irreales, de difícil repetición en la vida cotidiana. Es una manera de evadirnos de lo que nos rodea, de vivir de algún modo aventuras o situaciones ante las que casi con total seguridad no nos tendremos que enfrentar. Esto es tan cierto como que tendemos a ponernos en la piel de los protagonistas y a identificarnos y opinar en consecuencia, y nos da igual que sean Reyes, superhéroes, policías ladrones, millonarios o marinos mercantes del siglo XVI. Para eso es el Cine, entre otras cosas.
Claro que también existe esa vertiente de «basado en una historia real», que ya desde el principio nos viene a decir «cuidadín… que esto te puede pasar a ti». Y entonces parece como que te intentas meter mucho más en la historia, como si quisieras prevenir la posibilidad de que, efectivamente, te ocurra (aunque la historia se desarrolle en Nueva Zelanda y trate de algo tan alejado de tus experiencias como perderte volando en Ala Delta).
En esta ocasión, os propongo un documental (o más bien un docudrama, puesto que mezcla imágenes «reales» con dramatizaciones de los hechos) del británico Bart Layton sobre el caso real de la reaparición de un niño desaparecido durante tres años, presumiblemente secuestrado y torturado durante ese periodo. Si relacionas lo de «presumiblemente» y el título del documental, que no es otro que El Impostor, ya tienes el leiv motiv del tema.
Por los premios y alabanzas recibidas desde su estreno, tiene toda la pinta de ser una estupenda elección para entrar al cine, y aunque nunca te haya desaparecido nadie de los alrededores, ni esperemos que lo hagan nunca, pasar un rato «como la vida misma».