Clara Peeters: una mujer vestida y en el Prado.
El Museo del Prado acoge una exposición dedicada a Clara Peeters, la pintora que en el siglo XVII ya le gritaba al mundo "te voy a enseñar lo que una mujer es capaz de hacer".
A simple vista no se aprecia, pero está. Su imagen se intuye entre quesos y pescados, piezas de cetrería, manteles de lino y vajillas de porcelana. No hay más que fijar la vista en una delicada jarra de peltre para descubrir la silueta diminuta de una artista valiente e innovadora que en el siglo XVII ya le gritaba al mundo «te voy a enseñar lo que una mujer es capaz de hacer». La vida de Clara Peeters no se ajusta al modelo femenino de una época donde las mujeres no existían fuera del hogar. Dedicarse a la pintura era una osadía. Pretender vivir de ello una reivindicación radical, un disparate.
Audaces fortuna iuvat escribía Otto van Veen —pintor y humanista de Amberes— a principios del XVII. La fortuna favorece a los valientes. Sin duda Peeters lo fue, utilizando la pintura como una oportunidad para narrar su mundo. Dulces, vinos, frutos, porcelanas, plata, cristales, finos tejidos… La artista revela en sus lienzos los gustos de las clases más prósperas de una incipiente Edad Moderna; de una nueva clase social opulenta y amante de lo exótico que airea su riqueza sin tapujos. Retrata esa sociedad floreciente, abierta al comercio y las transacciones económicas, que sin embargo sigue limitando el espacio femenino a los fogones. Y lo hace con exquisitez, delicadeza y un dominio extraordinario de la perspectiva, los ángulos, la luz. Pero también con osadía, a través de un género entonces alternativo (la naturaleza muerta) y un realismo que se estrellaba contra el idealismo imperante.
Como toda buena historia necesita de algún lío, la del arte barroco de los Países Bajos lo encuentra en Clara Peeters.
Salvo que fue una pintora precoz, que desarrolló su actividad profesional en Amberes y que fue contemporánea de Jan Brueghel el Viejo, Rubens, Snyders y Van Dyck, apenas se conocen detalles sobre Clara Peeters. Su vida está llena de interrogantes, su obra de respuestas. Pues sólo a través sus pinceles se adivina el carácter, las costumbres sociales y el estilo de vida de una pionera en el arte del bodegón y el activismo femenino.
Si al inicio de la Edad Moderna, los talleres eran la antesala del infierno para las señoritas de bien, ¿dónde aprendió a pintar nuestra heroína flamenca? Probablemente en el de su padre, también artista. Esa, o pertenecer a la aristocracia, eran las únicas posibilidades de las mujeres de la época de desarrollar una actividad propia del género masculino. De ahí su reiterada tendencia al autorretrato. De forma velada e intrigante Peeters se pinta reflejada en sus jarrones. Se pinta incluso pintando. Un gesto disimulado pero contundente para consolidar su posición. Para que nadie olvidara quien había pintado ese cuadro. Para reafirmarse como mujer artista activa en un mundo empeñado en impedirlo.
Tras su exhibición en el Museum Rockoxhuis de Amberes, el Museo del Prado recibe en su sede la antológica dedicada a la pintora. El arte de Clara Peeters reúne las quince mejores obras (fechadas entre 1611 y 1621) de la escasa producción de la artista, unas cuarenta pinturas. Entre ellas se incluyen los cuatro lienzos que conserva el Prado y que convierten a esta institución en una referencia internacional para el estudio de su obra.