El hotel y el bistró.
Una sorpresa estética y culinaria que responde al nombre de Nimú.
El Adler, en Madrid, reestrena su restaurante. A modo de pequeño rincón en el que el producto habla por sí mismo.
Cuando abrió sus puertas el hotel Adler, en la madrileña calle Goya, el diseñador elegido para ponerlo bonito fue Pascua Ortega. Tiempo después, ha vuelto a ser solicitado, esta vez, para darle otra vuelta de tuerca al restaurante. La sorpresa estética y culinaria responde al nombre de Nimú, y es una dirección a tener en cuenta.
Este novísimo restaurante se antoja perfecto para los mediodías y las noches de otoño y de invierno. Porque hay una chimenea que ojalá sea encendida, porque la luz es tenue y algo en la decoración lo convierte en un rinconcito muy apetecible en los días de frío. Ni qué decir tiene que en los días de calor, disfrutar de su gazpacho –servido en tetera- ha sido un placer, y que su terraza, a pie de acera, ha sido parada para muchos.
Se nota el sello de Pascua Ortega. En los sillones mulliditos, en las lámparas que juegan con la luz y con las posibles atmósferas que ésta puede crear. Las mesas, apenas un puñado, porque éste es un pequeño bistrot, se llenan de gente y animadas conversaciones. Y se adivinan diversos almuerzos de negocios, esos que se desarrollan entre buenos platos y corbatas.
El servicio, dirigido por Luis Méndez, es impecable. La cocina, con Antonio Carmona, también sobresaliente. Al ser una oferta de mercado, a él atiende. Y siempre, fuera de carta, se sugiere una carne, un pescado, lo más apetecible que se encontró. El pescado, cabe destacar, procede de la lonja de Luarca, en Asturias.
Entre los platos, burrata con vinagreta de tomate, ensalada de cigalas, huevos de corral con pisto, carrillera de ternera estofada y un rico –riquísimo- steak tartar, al gusto del comensal. Postres sencillos y algunos ante los que no se puede decir que no (sería pecado), como la tarta fina de manzana, que llega calentita y deliciosa.