Dom Pérignon, la historia del champagne más sofisticado.

Es la historia de la plenitud de un vino nacido para brindar...

Dom Pérignon nos cuenta que el suyo es un universo de plenitudes en tres tiempos que vienen marcados por el envejecer del vino de su año en adelante.

Cada añada de Dom Pérignon hace honor a su nombre porque se compone única y exclusivamente del vino de un año; un vino que envejece en una soberbia bodega conocedora de cuales son los momentos justos del vino, esos en los que alcanza el punto justo de maduración y dulzura, esos en los que catarlo es obligado y disfrutarlo un pecado capital que cometerás sin remedio. Esos son los momentos de la plenitud y marcan la salida del champagne de la bodega en sus elegantes botellas y dispuesto a ser celebrado.

La primera plenitud se producirá tras siete años entre lías -que no son más que el depósito de levadoras que se forma en la botella tras la fermentación del vino-,  claro que este es sólo el principio, el comienzo de un camino que puede culminar en una segunda plenitud, no antes de 12 años, o incluso en la tercera, entorno a 20 años después del prometedor comienzo; cada uno de estos momentos del vino es es único en sí mismo e irrepetible y viene marcado por uno y mil matices de sabor y aroma.

La primera plenitud de Dom Pérignon Vintage 1998 fue la representación de la armonía y una promesa de lo que ese vino podría llegar a ser; la segunda plenitud, que es la que catamos actualmente tras 16 años de envejecimiento, ganó en intensidad y aroma, en cuerpo e incluso en sofisticación en su botella. Y ganó también en misterio y magia porque la promesa inicial, la de la primera plenitud, se mantiene latente y anticipa una tercera de absoluto lujo, sabor y deleite.

Nos seduce irremediablemente el sofisticado universo de plenitudes Dom Pérignon, vestido en negro y anticipando un romance sin fin de la copa a la boca… Nos gusta Dom Pérignon Vintage 1998 en sus primeras plenitudes y nos morimos por descubrir la tercera… de aquí a unos años.

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