El loco sueño de un francés que se hizo realidad y vida. Belondrade y Lurton, vinos con alma.

Cualquiera puede hacer vino. Incluso muchos pueden hacer un buen vino. Lo extraordinario es hacer un vino con alma, con vida propia.

Un soñador, un meticuloso idealista como Didier Belondrade ha sido capaz de hacer realidad ese prodigioso milagro de convertir un vino en algo vivo, en algo que se transforme con el tiempo, con el ambiente, con las personas que le rodean, con los cuidados y el cariño que recibe.

Didier era un alto ejecutivo en Francia que tenía un deseo: venirse a vivir a España. Cuando por fin lo consiguió, encontró un lugar apartado, lejos de turistas y visitantes, en el norte de la provincia de Sevilla, casi en el límite con Extremadura. Allí, bajo el potente calor de Andalucía, probó una copa de verdejo y se prendó de su sabor fresco, con mucho aroma, a heno y campo, y de su color amarillo, como la paja tostada por sol. Luego, en uno de sus viajes a su país natal, descubrió el paisaje castellano, amplio y eterno, casi sin horizonte final. También se prendó de su clima, duro y extremo, pero también excepcional para el cultivo de la vid y del espíritu. Y se enamoró de un trozo de tierra, de arena, de arcilla y de cantos rodados. Unas condiciones perfectas para combinar todos sus sueños e intentar hacerlos realidad.

Afincado en Nava del Rey, en Valladolid, en 1994 Didier presentó su vino, BELONDRADE Y LURTON, el cual produjo una revolución en el mercado de los blancos españoles. Se trataba de un vino verdejo fermentado y criado en barrica, cuidado hasta el extremo, elegante, provocador e imaginativo, tanto como los matices particulares de las diversas fincas que aportan sus viñas a la cosecha. Como símbolo eligió un gallo, francés, por supuesto, recortado en el horizonte.

La idea de Diddier Belondrade, en principio tal vez algo utópica, era apostar por el potencial de envejecimiento de la uva verdejo. Y producto de su confianza, en el año 2000 inauguró su propia bodega en el término municipal de La Seca, también en la provincia de Valladolid, en la zona de Rueda, muy cerca de Tordesillas. Un hermoso espacio, sereno y práctico, bello y perfectamente encajado en el paisaje al tiempo que muy funcional, obra del arquitecto Vicent Dufos du Rau. La construcción de este edificio trajo consigo la aparición de dos nuevos vinos, BELONDRADE Quinta Apolonia y BELONDRADE Quinta Clarisa, así bautizados en honor de las hijas de Didier. El primero es un joven 100% verdejo, una especie de second vin de Belondrade, con el que se pretende mejorar la selección de BELONDRADE Y LURTON; mientras que el segundo es un rosado 100% tempranillo.

A partir de ese momento la filosofía, la confianza ciega en su manera de hacer el vino, se ha ido desarrollando hasta lograr convertirse en un modelo. El respeto absoluto por el medio ambiente, por el paisaje y por su gente, por las normativas y por la sostenibilidad han hecho de BELONDRADE Y LURTON un ejemplo a seguir. Todo el proceso es ecológico, casi artesano, realizado con un cuidado y un cariño por la uva y por la tierra fuera de lo común. No hay agentes químicos, hay podas inteligentes y una constante vigilancia del terruño. Actualmente son 36 hectáreas, divididas en 21 parcelas, situadas a una altura de 750 metros y con viñas de entre ocho y cuarenta años de antigüedad. Los suelos están formados por una capa de cantos rodados de entre 10 y 60 cm de espesor, mezclada con arena, arcilla y una capa de caliza, y finalmente una roca madre de arcilla. Las proporciones y la profundidad de cada capa varían de una parcela a otra, lo que aporta a los mostos y vinos una personalidad diferente.

Tras un exquisito cuidado de la uva, cuando llega la vendimia se establece el orden por el que se irá procediendo a actuar sobre las diferentes fincas, en función de metódicos y rigurosos controles. En esta tarea, como en todo el proceso, destaca la sabiduría, la profesionalidad y el convencimiento de Marta Baquerizo, directora técnica y enóloga de la bodega, así como el conocimiento y la mirada de futuro de Jean Belondrade, el hijo de Didier, y quien dentro de poco tomará las riendas de BELONDRADE.

Un dato importante es que la uva se recoge a mano, seleccionada por equipos que trabajan sin cesar pero sin presión, con la serenidad que requieren las tareas bien hechas. Ya en bodega se realiza una segunda selección, evitando cualquier racimo que pudiese distorsionar el verdadero sabor de la uva deseada. Llega entonces el delicado momento de elegir la prensa, la utilización de las levaduras, todas ellas propias y desarrolladas a partir de la misma uva y la crianza durante casi un año en barrica y, como mínimo, cinco meses en botella. La más reciente producción, la de 2015 y que consta de unas 95.000 botellas, ya estaba vendida en el mercado nacional e internacional prácticamente desde su anuncio.

Tal vez lo más importante, lo que más destaca y lo realmente llamativo de BELONDRADE es que sus vinos son diferentes entre sí cada año. Mantienen su carácter, sus señas de identidad, su calidad y sus virtudes, pero en cada añada hay una serie de componentes que les proporciona un alma diferente. Como dice Didier: “El vino es el lenguaje de la tierra y el reflejo de un clima y el hombre es sólo su intérprete”. Y es cierto, cuando se tiene la oportunidad de catar las cualidades de varias añadas se pueden distinguir los aromas y los sabores que cada temporada ha producido sobre la producción. Pero también cómo el paso del tiempo ha influido sobre cada una de ellas, no sólo haciéndolas mejores  sino que también perfilándolas diferentes entre sí.

Allí, en aquella bodega, hay una filosofía que prevalece sobre todas las cosas: la de cuidar el entorno y el proceso para crear el alma, siempre diferente, de un vino blanco de uva verdejo: BELONDRADE.



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