Cosas de madres.

Reproducciones casi idénticas que tras los años no pierden parecido ni utilidad.

Es curioso y lo es mucho, cómo con el paso de los años, y después de experimentar la maternidad, le vamos dando alcance a esas «cosas de madres».

Aquí hablo de gestos, coletillas, actitudes, pinceladas de carácter y algunas de esas denominadas acciones universales, que transportan en el tiempo y que como poco nos sacan una sonrisa.

Caí en la cuenta esta semana. Siete días de locura a contrarreloj, de pensar que no llegas a todo, y esa terrible sensación de que la vida se pasa entre unas cosas, otras y los atascos de la M30. Lo bueno es que no hemos estado solas, y la compañía de Mónica ha sido mucha compañía, al hilo de tener que comprar un disfraz navideño, material para hacer un adorno y moldes para hacer galletas.

Y fue en el desarrollo de uno de esos recados, cuando empecé a darme cuenta de que cuando se es madre, la espontaneidad nos lleva a la imitación. En este caso como sacado de un monólogo. Uno de esos en los que los estereotipos nos igualan y sentimos que hablan de nuestras vidas.

Nos ponemos en situación. Un Centro Comercial, Mónica, Teresa y yo con el objetivo de encontrar un disfraz de oveja, alambre grueso, bolas rojas, que al final fueron regalices y unos pendientes (los quintos en dos años). Nuestro ritmo era de competición, porque hacer recados con la peque no es tarea fácil. Íbamos casi en fila, ella a la cola y yo en un constante mirar atrás seguido de un «vamos Teresa, venga».

Y en uno de esos ires y venires,  la miré y vi su carita manchada, probablemente de haber tocado el suelo con las manos y después haber hecho lo propio con la cara.

Hasta aquí todo normal. El tema vino cuando al ver yo su cara manchada, y a falta de toallitas o algún kleeenex, mi instinto fue limpiarle la cara humedeciéndome el dedo con saliva. Os puedo asegurar que no daba crédito. Fue cosa de segundos, puros reflejos.

¿Qué es esto? pensé, ¿desde cuándo hago yo cosas como esta? Pero a la pregunta le siguió tal retahíla de argumentos que fundamentan el imaginario de la maternidad, que no pude más que hacer broma de la situación, y deducir que si bien todos los caminos llevan a Roma, a todas las madres nos terminan pasando las mismas cosas.



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