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IB8806.

Los reencuentros son mejores cuando notas que la distancia no ha hecho mella.

El anuncio de El Almendro con su “vuelve a casa vuelve por Navidad”, que ha debido de ser de los más canturreados de la historia de la publicidad española, junto con el de “yo soy aquel negrito del África tropical” y “las muñecas de Famosa se dirigen al portal”. No dejan ser hitos generacionales, que a los jóvenes de ahora les tiene que sonar a chino, pero que en el caso del primero, refleja el escenario de muchas familias en esta época del año: el reencuentro navideño.

Pues en nuestro caso, como la mitad de la familia está a unos dos mil kilómetros de distancia de donde tenemos nuestra residencia habitual, pues no falla, es llegar el 26 de diciembre, y nuestro estado natural es el de volar. A bordo de un CRJ900, y cruzar el Atlántico.

Esta vez era especial, porque Teresa y ellos hacía unos cuatro meses que no se veían, y claro en ese tiempo ella ha progresado muchísimo. Gateaba y ahora anda, apenas articulaba algunos sonidos, y ahora aunque todo es “Papá”, su repertorio acumula cacofonías y grititos varios. Señala, identifica, entiende, y besa y saluda como regia dama.

Y llegó el momento, el del reencuentro después de tres horas del vuelo IB8806. Un trayecto en el que ella, ya más espabilada que en ocasiones anteriores, demandaba más espacio y atenciones, mientras nosotros, novatos en esta fase, hacíamos malabares para entretenerla. Literal.

Tomamos tierra y antes de que salieran las maletas decidimos que lo mejor era no andarse con rodeos. Nos aproximamos a la puerta de salida y en cuanto vimos a los abuelos, la dejamos en sus brazos.

Ni un lloro. Sólo su cara de asombro, seguida de besos y caricias, que hicieron que el abuelo se quedara como en un estado zen. Y esa felicidad, la del reencuentro, la de la unión familiar, la de descubrir que la distancia no es tan cruel como la pintan, merece la pena un recuerdo. Este, compartido con vosotros.



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