Cuestión de edad.

Y la edad no es excusa, porque las razones están ahí para hacer entender.

El hacerse mayor es un grado para todo, y en ocasiones también la fórmula secreta de las órdenes. De ahí el «porque yo lo digo», que si va cargado de algo es de ese «mis añitos me ha costado», «te llevo una vida por delante», o «siempre quise decir esto».

Y claro no es excusa la edad para mandar, no es ni medio bueno buscar cobijo en los años vividos para justificar una acción o determinar que la hagan. Porque las razones están ahí para hacer entender que si se tienen que recoger los juguetes, es porque tener cosas por el suelo nos puede hacer caer, que si tenemos que lavarnos los dientes es para no tener caries, y que si cuando vamos por la calle me tienes que dar la mano, es porque corremos el peligro de ir despistadas y hacernos daño.

De ahí surge la comprensión, no la nuestra sino la de ellos, que a su manera establecen relaciones entre las situaciones que viven y lo que nosotros les decimos que deben hacer. Y llegados a este punto os voy a contar una historia.

Pasó a mitad de semana. Teresa y yo volvíamos de la guardería, llegamos a casa y yo me puse a organizar, mientras ella jugaba en su cuarto y trasteaba por la casa. Cuando acabé y a mi paso por el salón, me di cuenta que todas sus películas andaban amontonadas y esparcidas por el suelo. La llamé y le pregunté, -Teresa ¿quién ha hecho eso?, a lo que ella sin dudarlo me respondió -Yo. -Bien pues antes de irnos a la ducha, quiero que esté recogido, ¿si?. Su respuesta fue un -Tú solita ****yseis. Que yo interpreté como un «yo solita» y así le dije. Pero ella contrariada volvió a decirme, -No, tú solita, tienes treinta y seis.

¿Tienes treinta y seis? ¿En serio? Mi hija de dos años me estaba diciendo que yo era lo suficientemente mayor como para hacer aquello que yo le sugería que hiciera. Y eso sin contar que lleva semanas advirtiéndome tras su «tengo dos años Mamá», que es absolutamente capaz de hacerlo todo sin mi ayuda.

Tras sonoras carcajadas y absolutamente desconcertada por su forma de conectar conceptos, le expliqué que justo por eso era yo quien debía decirle esas cosas y no ella.

Al final fue un al alimón, porque compartir ya se sabe… es el mayor tesoro.



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